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Torpeza Humana 0, Inteligencia Artifical 1

Por Daniel Molini Dezotti
sábado 25 de octubre de 2025, 07:00h

Como estoy asqueado con las guerras injustas y sus muertes, así como la ignominia de los poderosos que la fomentan, esta semana fui incapaz de redactar nada relacionado con la actualidad.

Por eso decidí abordar otro tema, raro y singular, uno de esos episodios a los que me enfrento, los mismos que definen perfectamente las estupideces a las que dedico parte de mi tiempo.

Para hacerlo debería comenzar por el principio. Resulta que a menos 50 metro del lugar donde trabajo, existe un establecimiento que abre sus grandes puertas a dos avenidas importantes.

Se trata de un mercado súper, que se anuncia con un nombre corto formado por tres consonantes y una vocal, las cuales, convenientemente ordenadas, al ser pronunciadas, se transforman en cinco letras.

Creo que su capital es de origen alemán, muy concurrido, con fama de ofrecer productos de calidad a precios convenientes. Eso debe ser cierto, porque las pocas veces que he tenido que ir veo bastante gente, atesorando cestas cargadas con frutos de la tierra, panes, productos de limpieza, etcétera.

Pero hoy no quería hablar de alimentación, sino de una sección del negocio que ofrece herramientas, no solo para aficionados, sino también para profesionales. Quizás por eso, mi hijo lo ha adoptado como un lugar idóneo donde completar su grandísimo surtido de artilugios que sirven para todo.

Es allí donde se provee desde tornillos y clavos hasta sierras circulares, martillos, destornillados, yunques, bisagras y taladros, una especie de edén del bricolaje donde el sueño de las motosierras se complementa con su realidad de instrumentos de precisión, a los que le obliga su profesión del arte de curar.

De tal forma, cuando muta la blanca por el mono de trabajo rústico, el arado, las sembradoras y las papas ocupan el espacio de su respeto y amor por la naturaleza.

Por eso necesita tantas herramientas, pues se siente obligado a reparar máquinas caducadas y prolongarles la vida, como si la consigna de reciclar, ser eficiente y sostenible fuese un mandamiento.

Pero no debo desviarme del asunto si persigo la coherencia del relato. De momento tenemos un negocio, que además de tomates vende acero inoxidable, y un cliente que lo sabe, valorando el catálogo de lo que allí se ofrece, persiguiéndolo hasta que lo consigue.

No obstante, había algo que se le resistía y en la familia sabíamos que lo buscaba sin éxito: una pinza amperimétrica y una remachadora de tuercas con accesorios.

Por lo visto, de esto me enteré después, cada vez que llega alguna novedad a los estantes, los consumidores se lo llevan como pan caliente, de allí que su madre, no me dejara ninguna opción.

“Mira, nuestro hijo D. va a cumplir años y necesita unas herramientas que no encuentra, se la vamos a regalar nosotros. No hay en plaza, tendrás que comprarlas por correo o internet.”

Le importó poco que lleve desde lustros peleándome con ordenadores y silicios. Llegado el momento de apagar las velas de la tarta, deberían estar allí, para que la remachadora con cientos de accesorios le renovara la alegría de hacerse mayor,

Tras la reunión concluyó una parte de la historia, que dio inicio a otra, porque a partir de ese momento, los responsables de la empresa de las cuatro letras me empezaron a mandar ofertas, invitaciones y propuestas literarias, del estilo “Dale a tu caja de herramientas el up grade que se merece”, o “Siente la libertad de la montaña con nuestra selección de imprescindibles para el trekking”, o “¿Tienes un gran reto en la mente? Necesitas herramientas que estén a la altura.”

Así, un día tras otro, y cuando estaba a punto de romper relaciones, trasladando las proposiciones al correo basura, me llegó una encuesta. La empecé a completar para decirles que la obsesión que tenían por vender me estaba matando, que ya no quería más herramientas, que eran para mi hijo, y que en mi caso, tengo problemas, no ya para el trekking, sino para ir desde el dormitorio al servicio.

No creo que pudieran leerla tan rápido, porque inmediatamente agradecieron mi participación en las respuestas con un agradecimiento: “Felicidades, has ganado un aspirador S...,, ¡confirma ahora!

Alguien podría inquirir: “¿No habrá confirmado verdad?”

¡Por supuesto!, ¡confirmé! porque, a pesar de la tenacidad e insistencia confiaba en la página de la empresa de las cuatro letras. De hecho, pensaba a quién cedería la aspiradora en cuanto llegara, y en eso estaba cuando, tras apretar la tecla de conforme, los bytes iniciaron un periplo hacia otra página, donde se especificaba que, para concretar el envío, debería abonar 9,99 euros por gastos de gestión y traslado.

No me pareció muy elegante el cargo sobrevenido a última hora, no era recíproco, mi aporte había sido desinteresado, pero tampoco nada fuera de lo común, además, aspirar bien tiene un precio.

Me apliqué al abono con una tarjeta que recomiendo. Su nombre empieza con R.. y uno le va poniendo recursos de a poquito. Cuando la posible trampa asoma, o las transacciones normales se enajenan, ella devuelve la cordura.

En el saldo de la tarjeta se descontaron un par de veces 9,99 euros un par de veces, luego otro cargo. Inmediatamente llegaron dos mensajes, el primero, seguramente del proveedor: “Algo salió mal... ¡pero te tenemos cubierto! Haga clic en el botón de chat en vivo y resolveremos su pedido juntos: rápido, fácil y listo.” El segundo, de R. “Nuestro sistema ha detectado un intento de pago sospechoso y hemos bloqueado la tarjeta para protegerla.”

Hoy no me da tiempo para terminar de contarlo, de momento la inteligencia artificial va ganando 1 a 0, pero el partido continúa.

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