Dicen que Eduardo Mendoza escribe para que nosotros seamos felices y luego él mismo afirma que crea las novelas que le hubiera gustado leer. Parece que una cosa lleva a la otra, pero no siempre es así. Aquello que nos gusta no tiene que coincidir con lo que divierte a los otros. Escribir es un acto solitario destinado al consumo de la colectividad y la soledad no se lleva demasiado bien con la empatía. A veces la soledad me ataca sin piedad y se me atragantan las palabras y no soy capaz de colocarlas en el lugar que les corresponde. Sucede en los momentos en que la nausea se presenta forzadamente, obligada ante el deseo irrefrenable de la compañía que se ausenta.
Estamos ante la pescadilla que se muerde la cola. Reparo en esta frase y no sé de ningún pez que lo haga estando libre en el mar. Jamás las he visto hacer este alarde gimnástico. Solo lo ejecutann cuando entran en la sartén para someterse a la tortura del aceite hirviendo. Esto de escribir es complicado. Necesito estar solo para empezar, pero cuando me araña la soledad soy incapaz de hallar una frase que me satisfaga. Entonces no seré como Eduardo Mendoza, que escribe para hacernos felices. Prefiero apagar los teclados para no transmitir melancolía.
Hoy he visto los premios de Oviedo y a la princesa con sus ojos azules tan limpios leyendo el discurso. Me vinieron a la memoria los recuerdos de la infanta que conocía a través de unos versos que recitaba Alejandro Ulloa: "Maestro Saco del Valle tanto Beethoven me cansa. Chopin sí me llega al alma. Y las manos gordezuelas de la infanta desgranaban sobre el piano las notas de una sonata". En qué estaría pensando yo. Luego dijo que deberíamos respetar a los que opinan distinto a nosotros y yo caí en la cuenta de que ese era uno de los motivos de que me sintiera tan solo que ni siquiera contaba con mi apoyo.
En la tele no hay nada que ver. Me aburre tener que soportar siempre lo mismo. Hay libros en la estantería y ninguno me apetece. También tengo petada la biblioteca Kindle con algunos a la mitad. Cuando los dejo a medias debería dejarlos del todo. Si no han logrado convencerme en las primeras páginas no lo van a hacer en las últimas. Este mediodía he hablado con mis amigos de los milagros de San Vicente Ferrer. No me ha sentado bien recordar al niño estofado ni al albañil que se cae del andamio. He vuelto a casa con la misma bajona.
Me aturde la soledad. Me duele como alfileres clavados en el pecho. Luego he visto a Eduardo Mendoza, a los reyes, a la princesa y a la infanta y he creído recuperarme, pero solo ha sido momentáneo. Ya no tenemos edad para esto. Son las servidumbres que debemos pagar a la vida para que no nos arrastre la corriente de la rutina.