A Felipe González le he escuchado que la Constitución española no es militante. Después de él son muchos los que lo han repetido. Es indiscutible esta afirmación. Si tenemos en cuenta su texto articulado no lo es, pero si atendemos a la interpretación que, en la práctica, se hace de él, esa verdad deja de serlo. Por ejemplo, la Constitución garantiza la independencia y la libertad de la judicatura y de la prensa, y a la vista está que no lo son, por lo que pasan inmediatamente a adoptar una postura deliberadamente militante, donde la neutralidad brilla por su ausencia salvo raras excepciones. En este caso la rareza se convierte en una virtud escasa más que en una anomalía.
“Rara como encendida la vi bebiendo linda y fatal”, dice el tango “Los mareados”, y José Alfredo Jiménez canta un bolero en el que alguien viene de un mundo raro, donde no existe el amor. Estas son las rarezas y las anormalidades de las canciones, en la vida real. Lo raro tiene un valor inapreciable porque se lo considera único y exclusivo. Lo malo es cuando se convierte en habitual, y su carácter insólito pasa a ser una vulgaridad deleznable. En este aspecto, a fuerza del manoseo partidario, nuestra Constitución de va transformando en un instrumento de militancia a medida que crecen las demandas para su modificación.
Yo creo que quienes deberíamos cambiar somos nosotros y dejarla a ella donde está, aumentando el respeto por lo que contiene, a ser posible. Quienes hablan de interpretarla intentan acomodarla a sus presupuestos militantes, en una situación de apreciación ciega de sus convencimientos ideológicos. Entonces deja de ser un instrumento imparcial para devenir en algo elástico que se puede aplicar en función de la conveniencia. Para eso se corrompe el sentido imparcial de los jueces y de los periodistas, que intentan, por todos los medios, que el articulado permita tanto una cosa como la contraria, dependiendo de en que lado militante te sitúes.
En este sentido deja de ser una rareza y pasa a ser una vulgaridad, como ese símbolo que ha sido manoseado por todos y ya no le queda un centímetro de pudor en su cuerpo. ¿De que sirve afirmar su no militancia si los efectos de la influencia militante pesan sobre ella como una losa? Alguien puede afirmar que se trata de garantizar la diversidad, pero esto no se puede llevara cabo si los efectos son los de trasladar esa diversidad interpretativa al propio texto. En este caso podríamos decir que la norma constitucional también se integra en la polarización política, y esto no puede ser así, porque su función es la de ser garante de lo contrario.
Estoy seguro de que habrá catedráticos de derecho político que me desautoricen, pero esto no hará otra cosa que corroborar que tengo razón en lo que digo. No podemos convertir a los juristas y a los opinadores en el grupo de la ceja. Entonces dejarían de tener la credibilidad necesaria para salvaguardar nuestras instituciones. Salvando las distancias, no me gusta ver alineada la opinión de Pérez Royo con la de Miguel Bosé. Cada uno en su sitio. En el ambiente de mediatización que vivimos, la palabra impecable deja de tener sentido, la diga Bolaños o el sursuncorda. Ya no nos queda otra que ser la chica del tango: “Rara como encendida la vi bebiendo linda y fatal. Bebías y en el fragor del champán, lo que reías por no llorar”.