La España que nos está tocando vivir en estas fechas, seguramente difiera bastante para la que a muchos de nosotros, nos gustaría estar contando. Y, no es que estemos inmersos en algún tipo de grave situación irreparable como la que nuestros antepasados tuvieron que sufrir; pero sí, que la tensión que se capta no es de agradecer. ¡Y mucho menos, de recibo! Lo que es seguro, es que no se pagan sueldazos y prebendas para que, quienes han de facilitarnos las cosas, anden testando a ver quién la tiene más grande.
A la España de comienzos del siglo XX, la metieron en una guerra fratricida que dejó a España, metida en un pozo lleno de una tristeza tan grande que aún hoy, los nietos y biznietos de aquellos que buscaron la solución de sus cuitas por medio de las armas, siguen recordando con amargura. Da igual que algunos familiares vivieran en primera persona desde las filas que defendía el orden republicano que estaba instaurado en la España de aquellos años. Da igual que se estuviera en las filas de quienes decidieron que había que sublevarse ante todos aquellos vaivenes que hemos leído en los libros de historia. Había que modificarlos por la vía de las armas y en el otro bando, tenían que defender el orden que imperaba, por la misma vía. Todo da lo mismo, porque en aquella situación la consanguinidad era tremenda, ya que tanto en una trinchera como en la otra, había hermanos, primos o simplemente gente que se conocía del barrio o del pueblo donde se residía. A las generaciones siguientes, nos la contaron en los libros, de viva voz por abuelos o bisabuelos o leyéndolo en los libros de historia -en mi caso, leí la versión que el periodista británico, Hugh Thomas escribió sobre La Guerra Civil Española”- y… ¿Qué quieren que les diga? Aquella España, aún hoy, produce dolor. Duele la España que había justo antes de la maldita guerra, duele la guerra en sí y por supuesto, duele lo que vino en los años inmediatamente posteriores. ¡Duele!
Pasados unos años y cuando ya se suponía que el País tras aquella contienda sinsentido, estaba levantando el vuelo, hemos leído cómo, muchas familias -la mía para más señas-, tuvieron que emigrar a otros países, Venezuela, Argentina y Alemana entre otros, para intentar remontar las penurias de la postguerra. ¡Aquella España, también duele! aunque sea escuchando lo que nuestros ascendentes tuvieron que vivir para enviar dinero a quienes quedaban en las islas. Duele y mucho, pues no fue una época en la que se viajaba en avión con el contrato preparado para ocupar un despacho. No, Quien viajaba, lo hacía en barcos de “aquella manera” o en otros más grandes, pero ocupando plazas de obreros. Recordar todo aquello duele. Y duele, porque parece que todo se olvida y se comienza a repetir como si de un “Déjà vu” se tratara. Pasada la década de los sesenta, algunos hemos vivido algún momento que podría considerarse de resurgimiento económico, pero duele que en muchos casos, dicho resurgir, haya sido a costa de la pérdida de muchos derechos que antes de la contienda ya se habían ganado. ¡Claro que duele!
Metidos ya de lleno en nuestra actualidad, parece que nuestra España, desea no entender todo lo pasado en su historia reciente y que pase, olímpicamente, del recuerdo y del análisis de todo aquello. Duele que se desprecie del deber que tiene todo ser inteligente de no repetir lo que tanto daño hizo.
Nuestro mundo político parece estar infectado del virus del odio y del resentimiento. Sin contemplarlo de esta manera no se entendería que, viviendo lo que se vivió, se esté comenzando a retomar las viejas cantinelas. En los finales de la última etapa republicana, se leía cómo se iban sucediendo unos gobiernos frente a otros por una lucha de poderes entre quienes defendían una postura por encima de la de los otros y quienes se revolvían contra esas posiciones, volviendo a restaurar lo que se hubiera podido eliminar. Aquello, como vengo repitiendo -espero que me permitan esa reiteración- duele recodarlo; pero duele más ver que, en estos momentos, cada vez que llega un grupo gobernante al poder, cambia o transforma lo instaurado por el grupo saliente. ¡Eso duele!
Duele ver que en la España actual, la nuestra, no se entienda como un objetivo cubierto lo conseguido con una forma de gobierno de la nación, distribuida en autonomías, sino que ahora se busque el retorcer esa tuerca para añadirle tintes de independentismo. Duele que esa prerrogativa esté siendo un correctivo tan duro para todo el País, por el simple hecho de ser algo que siempre está en la mesa de negociaciones para que el actual gobierno, pueda continuar su legislatura. Duele, ver como siete votos valen mucho más que el de los trescientos cuarenta y tres restantes. Y, cuando no son aquellos siete, son los otros del norte ¡Duele! Y, duele más, ver que nadie diga: ¡Hasta aquí llegamos!
Duele el sentir como, cuando se sigue un debate parlamentario, no se oiga sino el “run run” que puede llegar a imaginarse que se escuchaba antes del año treinta y seis. Desde hace ya, algún año para esta parte, solo se oye hablar de quien es más corrupto, quien tiene a más gente enchufada en puestos atractivos dentro de la organización gubernamental del País, Autonomía, Diputaciones, Cabildos o Ayuntamientos, quien goza y usa más de los privilegios que le aporta el puesto que desempeña. ¡Esta España, duele!
A los Juzgados llegan, cada vez con mayor asiduidad, casos en los que se han de investigar a miembros de gobiernos, o de la oposición. Las familias de algunos de ellos, se ven obligados a requerir los servicios de abogados para ser asesorados en dichas dependencias judiciales por motivos que tocan de lleno aspectos que tiene que ver más con corruptelas que con otro tipo de cosas que deberían estar defendiendo. ¡Esa España duele!
A quienes sentimos España como un lugar digno para vivir y seguir escribiendo nuestro libro de bitácora, nos duele que, quienes deberían allanarnos el camino, solo parezca que están empeñados en mantener una posición y otros en buscar la destrucción total como único objetivo. ¡Duele!
Duele que los españoles y españolas veamos, cada vez más, cómo se van dando situaciones poco o nada agradables de convivencia, y que por parte de quienes han de legislar nuevas leyes para ponerse al día ante tanto delito que, antes, ni se imaginaba que pudieran existir, dediquen su tiempo a buscar votos para mantenerse en el puesto o entretengan su tiempo en poner palos en las ruedas para que tal continuidad no se produzca. ¡Sí, eso duele!
Señoras y señores que obtienen su sueldo de la política: duele y mucho ver cómo, el pueblo al que deberían liderar, cada vez está menos entusiasmado con la democracia que nos dimos en 1978 y que prometía ser un sistema donde un debate parlamentario, sosegado, constituiría la base de todo nuestro funcionamiento y no ver la agresividad que se ha adueñado de la vida política. Todo eso invita a pensar en los intereses partidistas que se esconden tras esa cortina. ¡Esa España que todos ustedes nos ofrecen, duele! ¡Todos y todas!