A Dios lo han matado muchas veces, o se ha muerto solo. La última fue de forma ficticia y a manos de Nietzsche, según dice Zaratustra. Eso sucede con los dioses corpóreos, a los abstractos es más difícil eliminarlos y solo se consigue con el empuje de las ideologías, pero no son muertes reales, son como la siega donde queda el barbecho para rebrotar. Lo que nunca ha ocurrido es que los tribunales se hayan ocupado de estos asesinatos. Nunca hasta ahora que se enjuicia la muerte del dios Maradona en la Argentina de Milei, aunque bien pudo ocurrir en la de Perón o de la señora Kichner. Es algo así como si los tribunales se empeñaran en exigirle responsabilidades penales al Delta por la desaparición del dedo de Dios en Agaete. Los argentinos no han recurrido a un foro internacional en este caso, ni han tenido que echar mano del juez Garzón, han ido a uno de diario sin darle la repercusión global que el caso requiere, pero el juicio ha trascendido las fronteras del país albiceleste, más albiceleste que nunca.
Dejemos a Maradona y sigamos leyendo la prensa. “Ucrania lanza el mayor ataque con drones sobre Moscú a pocas horas de la reunión con EEUU para buscar la paz”. “Si vis pacem para bellum”, dice el latinajo, y aquí se gasta toda la pólvora que se tiene hasta el último momento. En el boxeo siempre se escapa algún golpe después de sonar la campana y el árbitro hace la vista gorda, a menos que dejes k.o. al contrincante. Son cosas de la inercia de las batallas, excesos de testosterona que no se pueden contener. Ahora nos toca en España garantizar la paz preparándonos para la guerra y la cosa va de no provocar recortes. De algún sitio habrá que recortar, digo yo, y Yolanda se encargará de predicar ante sus correligionarios para que no quede en entredicho la mayoría de Gobierno. Todo se basa en que no sea necesario el concurso de la oposición, que sigue condenada al no es no por los siglos de los siglos. Ya veremos qué pasa con los presupuestos y Puigdemont, y si esto va a servir para que los acuerdos tengan los efectos de una gran coalición sin que ésta exista.
Sigo leyendo. “Edmundo González Urrutia, un hombre tranquilo”, de Sergio Ramírez. Dice textualmente que confía en que con la que ha armado Trump se deje de hablar de Venezuela. No entiendo la utilización del verbo confiar cuando lo correcto sería temer. ¿Significa que Edmundo, el hombre tranquilo, se ha quedado conforme con la solución dada al conflicto originado en su país? Ya no sé qué pensar. Hasta ahora el silencio era más que elocuente, pero una demostración de conformismo oficial es lo menos que esperaba. Menos mal que el Papa está mejor, porque si no, lo mejor sería coger el periódico y tirarlo a la papelera, pero no a la de reciclaje, sino a la de antes, a la de toda la vida.