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Nuevo elogio a la literatura

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 08 de agosto de 2024, 06:00h

Nos ha escrito el papa Francisco una carta, en este inicio del mes de agosto, sobre la importancia que tiene la literatura en el camino de la maduración personal. Más allá de un acto de entretenimiento para jornadas vacías de trabajo, como para entretenernos, lo que sabíamos que era quienes hemos tenido la experiencia de zambullirnos en esos mares, es propuesto por el Papa como medio privilegiado de desarrollo personal. No lo duden, le caerán críticas, sin duda, y como siempre, de quienes creen que a Dios solo se le puede oír-experimentar por la vía de la perfección moral. Quien nos quiere perfectos, nos suele ayudar a reconocer el camino situando las semina verbi difuminada a lo largo de lo real; como el sembrador que esparce la semilla más allá de la tierra buena, sabedor de que el poder viene de la semilla, no de la tierra; y muchas veces experimentar el sofoco de la zarza nos puede ayudar a arrancar de nosotros las durezas empedradas del camino.

Un buen libro es una ocasión y una terapia. Terapia contra los males que nos acechan siempre, y a todos, que juegan entre el aburrimiento y la obsesión problematizadora de las dificultades. Y ocasión, sin duda, de crecimiento personal. La formación debe ser seria y rigurosa, evidentemente, pero olvidar que somos razón y sensibilidad nos dirige, muchas veces, y en exclusiva, a esfuerzos de consolidación racional olvidando la dimensión cordial de nuestro mundo emocional. ¿Cómo formar una inteligencia sentiente, o una sensibilidad racional? El desarrollo personal, si quiere ser integral, debe beber, también, en las fuentes de la buena literatura. Además, y por otro lado, y no menos importante, la buena literatura puede servir de dique de contención de los excesos de pantallas que recorren los espacios formativos.

Es de agradecer la invitación pontificia. Al menos yo la agradezco mucho. Nos recuerda que para un creyente que quiera sinceramente entrar en diálogo con la cultura de su tiempo, o simplemente con la vida de personas concretas, la literatura se hace indispensable. Ya el Concilio Vaticano II afirmaba en el nº 62 de Gaudium et Spes, que «la literatura y el arte [...] se proponen expresar la naturaleza propia del hombre» y «presentar claramente las miserias y las alegrías de los hombres, sus necesidades y sus capacidades». Nada que esté vertebrando las realidades humanas debe ser olvidado por quien deseen ofrecer la buena noticia que Jesucristo proporciona a la condición humana. Y no solo como diagnóstico sociológico, sino, como ensaya Bauman en su Elogio de la Literatura, la literatura y las ciencias sociales se necesitan mutuamente si no quieren perderse en desenfocadas y parciales aproximaciones. Porque los libros de la literatura buena no solo los leemos, sino que nos leen. Somos capaces de descubrirnos en ellos y reconocer situaciones con las que entrar en diálogo y desarrollarnos. De ahí su potencial educador.

Permítanme terminar con su último párrafo que me ha hecho, especialmente, mucho bien: “De esa manera, la afinidad entre el sacerdote y el poeta se manifiesta en esta misteriosa e indisoluble unión sacramental entre la Palabra divina y la palabra humana, dando vida a un ministerio que se convierte en servicio pleno de escucha y de compasión, a un carisma que se hace responsabilidad, a una visión de la verdad y del bien que se abren como belleza. No podemos renunciar a escuchar las palabras que nos ha dejado el poeta Paul Celan: «Quien realmente aprende a ver se acerca a lo invisible»”

Gracias, Francisco, por este nuevo elogio de la literatura.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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