A vueltas con el hábil debate -así no se habla de otras cuestiones más trascendentales en las que el Gobierno ni está ni se le espera- generado por Pedro Sánchez a costa de la temperatura de los aparatos de refrigeración y el apagado de las luces en comercios y edificios públicos a partir de las 22 horas, me vienen a la cabeza numerosas actitudes que todos deberíamos reconsiderar en pos de una utilización racional, sensata y cívica de los recursos naturales o energéticos, que, lejos de ser ilimitados, cada día resultan más escasos.
Se trata de comportamientos que ninguna administración debería recordar con campañas de concienciación, porque debería surgir de manera espontánea de cada uno de nosotros. Pero, desgraciadamente, hay muchos que no llevan incorporado el chip del sentido común.
Muchos se quejan estos días de la arbitrariedad de la medida del Gobierno, no sin razón, porque es evidente que las condiciones climatológicas no son las mismas en Santander que en Córdoba, por poner dos ejemplos extremos. Como ha pasado con otras disposiciones del Ejecutivo, estamos ante una medida más efectista que efectiva.
A Sánchez le encanta ser pionero. Ya lo fue en su forma de llegar al poder, ganando al aparato del PSOE después de que lo echaran, y accediendo a La Moncloa tras una moción de censura, y ahora pretende liderar la carrera contra el cambio climático, como si él solo y sus medidas cosméticas -ya saben, libérense de la corbata- bastaran para evitar el calentamiento del planeta. En cualquier caso, bienvenidas sean algunas de estas medidas si valen, sobre todo, para remover conciencias y que algunos reflexionen sobre su aportación diaria a la lucha contra el cambio climático y a una gestión sostenible de los recursos naturales.
El comercio se queja estos días de que, con el aire acondicionado a 27 grados, hace calor. Y algunos tendrán razón, pero lo que no tiene ningún sentido es lo que ocurría hasta ahora, y es que, en muchas ocasiones, uno echara de menos una chaqueta en pleno agosto para pasear por el interior de una gran tienda o de un centro comercial, porque el aire estaba por debajo de los 20 grados.
O a la inversa en invierno, cuando se necesita liberarse de abrigos y jerseys para evitar el sofocón, porque la temperatura se enfila por encima de los 25 grados. Pasar frío en verano y calor en invierno es un sinsentido mayúsculo que, lógicamente, tiene sus consecuencias sobre el planeta.
Y qué me dicen de la moda de que, de un tiempo a esta parte, todas las urbanizaciones que se proyectan, sea donde sea, incluyan piscina para sus vecinos, con el consecuente consumo de agua y de electricidad que eso conlleva. ¿De verdad es necesario que todo el mundo tenga piscina en su casa o en su bloque? Hasta hace 15 o 20 años, la piscina particular o comunitaria era exclusiva de viviendas de alto standing. Ahora se ha producido una democratización de la piscina privada y da igual si la piscina pública o la playa están a un kilómetro de distancia. Da igual, todo el mundo quiere una piscina en su casa o en su urbanización.
Pero vayamos con ejemplos más particulares. Algunos han salido estos días en los medios, a cuenta del decreto de ahorro energético del Gobierno. Leía el otro día que habían pedido a sus trabajadores que apagaran la luz de sus dependencias cuando no estuvieran. Pero, ¿de verdad hay que decirle a alguien que apague la luz de su despacho o el aire acondicionado, si lo tiene de modo individual, cada vez que esté ausente? Pues, desgraciadamente, sí. Hay que hacerlo. Muchos olvidan que una luz o un aparato eléctrico encendidos en una sala o despacho vacíos suponen un consumo inútil y, por lo tanto, un despilfarro.
Otro ejemplo que abunda, sobre todo ahora en pleno verano, con tantos turistas. Es el caso de los depredadores del bufé, que se llenan el plato dos y tres veces, como si no hubiera un mañana, hasta que al final acaban dejando el último plato prácticamente lleno. Comida que va directamente a la basura. Otro despilfarro evitable.
O el de los que aprovechan ese mismo hotel o unas instalaciones comunitarias (piscinas, gimnasios, instalaciones deportivas…) en el día a día para pasarse media hora debajo de la ducha, lo que no harían nunca en sus casas. “Ya que he pagado, me aprovecho”. Quién no lo ha hecho alguna vez, ¿verdad?
Y ya no digamos los adictos al coche, aquellos que son incapaces de ir al otro lado de la calle sin montarse en su vehículo. Muchos de ellos parecen tener complejo de repartidor.
Todo suma y todo resta en este camino por conservar el planeta para generaciones futuras. Así que pensemos menos en lo que decide el gobierno de turno y más en lo que hacemos o no hacemos en nuestro quehacer diario. Y si aplicamos el sentido común, que muchas veces es el menor de los sentidos, es posible que todos salgamos ganando. Porque esperar que quienes nos dirigen nos arreglen los problemas, es mucho esperar.