Tengo una modesta colección de viejas cámaras fotográficas, entre las cuales se encuentran algunos aparatos soviéticos. Casi todos, malas copias de cámaras occidentales, de una factura a años luz de la precisión alemana, con una tornillería más propia de una fábrica de locomotoras que de aparatos ópticos. Son curiosas como objeto coleccionable, pero nada más. Todas son así salvo las Kiev, cámaras réplica de las Contax alemanas fabricadas en el arsenal de esa ciudad. En suma, lo único salvable en fotografía al otro lado del muro eran los aparatos checos, los de la RDA y los de Ucrania, entonces parte de la URSS. Junto con las repúblicas bálticas, Ucrania era lo más civilizado de un mundo que se viene debatiendo desde hace siglos entre la barbarie y los valores del humanismo europeo, con bastante desventaja para estos últimos.
El ejército ruso, último reducto del fracasado proyecto soviético, es como las cámaras rusas o como los aviones comerciales rusos, numeroso pero poco eficiente. Naturalmente, contará con unidades de élite, pero su fuerza no radica en su efectividad, sino en el ingente número de soldados que está dispuesto a sacrificar cada vez que atraviesa las fronteras para invadir otro país.
La historia la escriben los vencedores, y todavía hoy los habrá que loen las glorias de los soviéticos en la II Guerra Mundial. Pero cuando uno está dispuesto a sacrificar a 12 millones de soldados la precisión o la destreza de los generales importa más bien poco. La URSS es una potencia vencedora del último conflicto global porque recibió una enorme ayuda económica de los Estados Unidos y porque, mientras sus tropas avanzaban hacia Berlín, miles de bombarderos norteamericanos y británicos machacaban cada día la retaguardia de su enemigo.
Pero tratar de comparar la precisión de la Blitzkrieg germana, ejecutada por la más eficiente máquina militar que jamás haya existido -conformada la Wehrmacht, la Kriegsmarine y la Luftwaffe- con la chapucera carnicería de Putin y sus generales chechenos en Ucrania es una broma de mal gusto. La guerra es siempre algo abominable, pero ideologías y decisiones políticas catastróficas aparte, estamos viendo como un ejército tan dotado de medios como el ruso es incapaz de doblegar las defensas de una Ucrania prácticamente abandonada a su suerte por la OTAN y la Unión Europea tras veinte días de combates, y ello pese a que nada le importan las leyes de la guerra, ni la vida de los civiles o hasta los niños ucranianos.
Lanzar adolescentes a invadir otro país con mentiras es muy propio del comunismo que anida en gran parte de los capitostes de la putrefacta dictadura rusa, incluyendo su milicia. Y, casi con total seguridad, Putin conseguirá muchos de sus objetivos iniciales, pero a un coste que, tarde o temprano pagará ante la humanidad.