Se habla de que en España es imposible una gran coalición a la vez que se centran todas las esperanzas en la que se va a producir en Alemania. Se asegura que durante los años siguientes a la transición democrática nunca se ha dado, como si formara parte de una característica irrenunciable de nuestra condición política. Esto no es cierto, porque en ese tiempo de larga bonanza nunca fue necesario y vivimos a la sombra del bipartidismo. A pesar de ello, allí donde hubo oportunidad se hicieron pactos de progreso, que fueron desechos cuando las circunstancias lo recomendaban. Yo tengo la experiencia en La Laguna, cuando el alcalde Pedro González deshizo su acuerdo con los grupos que lo apoyaban y formó una nueva mayoría con mi partido, la UCD, teniendo 13 concejales y él 6. Hasta ese momento gobernaba con 5 de UPC, 2 de Asamblea Lagunera y 1 del Partido Comunista. Lo mismo ocurrió en el ayuntamiento de Las Palmas, desbancando al alcalde Bermejo porque se negaba a aprobar la iniciativa autonómica. Pretendo decir que cuando se quiere se puede, y que todo depende de las instancias superiores que recomienden la estabilidad y no de otras consideraciones de carácter personal.
Ahora se trata de salvar a Europa de los fantasmas que la acechan y la prensa se congratula de que Feijóo alabe el gran pacto que aísla a los ultras, como una ampliación del cordón sanitario. Mientras tanto, Sánchez se esfuerza en emparentarlo con el demonio de la ultraderecha que ahora va a Washington a recibir los beneplácitos de Donal Trump. En España no habrá gran coalición y, con ello, cada vez estaremos más lejos de ese protagonismo que se exhibe para salvar al mundo de las amenazas del fascismo. Este asunto no puede plantearse desde una política de la cancelación donde fascistas somos todos los que no le bailamos el agua al señorito de turno. Esta situación llega a ser intelectualmente incómoda, aunque la intelectualidad sea capaz de mostrar una paciencia infinita. Hoy publica La Vanguardia un artículo de su subdirectora, Lola García, titulado “Feijóo y la conexión alemana”, donde habla de la unión íntima del dirigente español con el recién elegido Friedrich Merz. ¿En qué lugar queda Sánchez en esta ecuación? Sus esfuerzos por auparse a la política europea cada vez tienen una mayor dificultad, cuando Starmer y Macron refuerzan las relaciones con EEUU y Alemania volverá a ser el eje de la recuperación de la dignidad. Ahora se abre un panorama nuevo, cuando se alumbra una paz en Ucrania que a nadie parece gustar. Este será el desembarco en un nuevo renacer, con la esperanza de recuperar los valores que aún Occidente no ha perdido del todo: el mundo que recordaba Meloni apoyado en la cultura griega el derecho romano y la moral del cristianismo. Si no queremos esto, cancelémoslo y dispongámonos a construir otro paraíso revolucionario. Modelos no nos faltan, pero cada vez estaremos más alejados del escenario constitucional que nos dimos en 1978 y que ahora parece diluirse como un azucarillo en un vaso de agua.