Cuando los bebés comienzan a abrir los ojitos y los mantienen abiertos, mueven las manos y hasta hacen algún movimiento con su boquita, los padres se apresuran a asegurar que ya les sonríen. Son preciosos y, normalmente, comienzan a recibir muñequitos de peluche a modo de mascotas. Se agarran a ellos, como si les fuera la vida en ello. Cuando van cumpliendo meses, esos regalitos, van adquiriendo formas y texturas distintas, hasta que llega el gran momento de hacerles regalos más contundentes. Tendrán su primera pelota, su primer balón de fútbol, su primer carrito de bebé, sus primeros juguetes para desarrollar sus potencialidades. En otros casos, algunos de estos seres pequeñitos, suelen recibir un compañero que caminando de cuatro patas y de forma más torpe que ellos mismos, les seguirá a todas partes. ¡La familia les ha traído un cachorrito!
En mi caso, reconozco que el primer perro que entró en mi casa y en mi vida, fue cuando ya tenía familia formada y no fue un regalo para ninguno de mis tres hijos, sino el cumplimiento de un deseo de siempre, que un gran amigo -Chema- me concedió. Así llegó ese nuevo miembro de la familia a mi hogar. Lamentablemente, solo estuvo entre nosotros 3 años. Una enfermedad se lo llevó en ese poco tiempo. Pero aunque corto, la vivencia junto a él, fue absoluta. La educación la traía en sus genes. Él sabía que en casa no debía entrar, y nunca entró. Al menos, hasta que consideró que debía despedirse y de forma muy sigilosa entro al salón, desde la terraza y primero se despidió de mi esposa, apoyando su hocico sobre sus muslos. Cuando ella, sorprendida de verlo dentro, pero adivinando el motivo, le acarició, vino hasta mi lado y poniendo su cabeza sobre mí, hizo el mismo ademán de despedirse. Al día siguiente tuve que llevarlo al veterinario y con sus ojos sin dejar de mirarme, nos dejó. Estas líneas las escribo con mucho dolor y presión en mi garganta. Cuando lo recuerdo, me vienen todas y cada una de las diabluras que aquél ser vivo, nos dejó durante la etapa en la que estuvo formando parte de nuestra familia.
Nuestro perro, no era una persona, no se le trató como si lo fuera. Todos sabíamos que era un perro. Pero, para nosotros era un miembro más de la familia. No tuvimos que estar pendiente de ninguna Ley, ni de ningún cursillo formativo para atender a sus necesidades perrunas. Es más, él tampoco tuvo un curso de adiestramiento para saber el cariño que nos podía dar. Y, aun así, nos hizo sentir que lo éramos todo para su felicidad. Cuando yo salía de viaje, y regresaba a casa, tenía que dejar claro -hablando en voz bien alta- lo que le quería y que yo también me alegraba de verlo. De no hacerlo de forma tan efusiva por mi parte, estoy seguro que los vecinos -algunos son alemanes- podrían interpretar que sus alaridos eran fruto de una pelea, más que de la alegría del reencuentro.
Nunca fue un perro al que se le enseñara a dar la patita, ni a hacerse el muerto si se le disparaba ficticiamente, pero con su mirada dejaba claro que entendía todo lo que se le decía, aunque lo interpretara a su manera haciendo lo que le salía del alma. ¡Iba por libre! Mi hijo pequeño, que era casi del tamaño de aquel pastor alemán, le empujaba con su manita en sus juegos, al tiempo que le espetaba un ¡no seas bruto! No es que fuera un juguete, sino que jugaban juntos y el de las cuatro patas, no medía sus fuerzas. El cartero, no veía con mucho agrado el dejar las cartas en el buzón, puesto que mi perro llevaba a rajatabla la relación que se suele dar entre perros y el servicio de correos. Subía sus dos patas delanteras sobre la jardinera y ladraba con todo lo que le permitía la capacidad de sus cuerdas vocales al tiempo que engrifaba todo su pelaje a modo de perro mohicano. ¡Una bestia parda, que nunca aprendió a morder!
Por supuesto, las heces de mi perro, eran recogidas -casi con una pala- cuando se salía a la calle. Nadie tuvo que enseñarnos esa labor, pues bastante que nos cabreaba, antes de su llegada a casa, el tener que ir sorteando las inmundicias que algunos dueños incívicos, dejan tras de sí, al paseo de sus mascotas. ¡Gente guarra ha habido, hay y habrá! Por esa razón, me ha parecido brillante que desde el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, se haya actualizado su ordenanza Municipal de limpieza. Soy de los que tiene, a la Ley del Talión, retenida por la conciencia; pero, si no fuera así, lo suyo, además de la multa -que por mucho que sea, siempre será poca-, sería reunir todos los excrementos del barrio y depositárselos en la misma puerta de su casa. A este tipo de gente, la propuesta animalista de un “cursillo” de formación para obtener una licencia -no sé si ahora se dice documento de adopción- ya no es de utilidad. Normalmente se trata de adultos que han pasado por escuelas y hasta por universidades y si ahí no han aprendido unas elementales normas de civismo, ¿qué se va a conseguir con el cursito de marras? ¡Multa salerosa, y que pique! Pero, eso sí: lo que se recaude por este concepto, que se destine al adecentado de lugares para el juego con los de cuatro patas, con sus bebederos, y rincón de “descarga”, además de la limpieza de aceras y plazas.
Hoy en día una amiga nos trajo a otra perrita a casa, Nina. Y en ella se ha quedado. Nos ha servido para retomar los buenos ratos que pasamos junto a este tipo de compañía. Son seres que te demuestran todo el cariño que son capaces de exteriorizar. Sus gestos, sus muestras de aprecio te hacen cogerles un cariño inmenso. Son muy conocidos los extraordinarios comportamientos que, esos animalitos, han dejado en su convivencia con los seres humanos. Son, por lo tanto, inexplicables, las terribles imágenes o noticias que a veces llegan a nuestros televisores o radios, de algunas personas malnacidas que son capaces de propinar palizas y algunas ruindades más, a estos seres vivos. ¿De verdad que alguien entiende que la actitud de esta miseria humana, será capaz de reconducirse, porque porten un documento que acredite que han seguido un cursillo para acoger en su hogar a estas mascotas? Muchas de esas personas, lo único que entienden es cuando se les mete entre rejas o se les da una sacudida en su cuenta corriente. Lo demás, señores políticos ponentes de la Ley animalista, solo son medidas de cara a la galería. Como lo es, el dejar caer que se les pedirá a los ganaderos que los perros adiestrados para el acarreo y cuidado del ganado, tenga que dormir en la vivienda y no en el lugar donde lo haga el rebaño al que cuida. No entiendo mucho -o nada- de ganadería, pero ¿si el perro duerme en casa, con quien se dejará a las ovejas? ¿Con el lobo?
Cualquier Ley que se promulgue que tenga que ver con los animales, tal vez debiera dirigirse a quien, teniendo a los animales como seres vivos, les ocasionen un mal trato probado. Quienes echan veneno en los campos, para que cuando pasen los perros de caza, no lo vuelvan a hacer más, tal vez no tengan mascotas a su cargo, por lo que no harán ningún cursillo, pero sin embargo son más peligrosos que aquellas personas que, ofreciendo cariño y bienestar, tienen claro quien no es humano, pero si necesita un trato al mismo nivel. Y, por cierto, lo de la protección a las ratas, no está bien aclarado, ¿verdad?