Yo soy más de leer. No es que me fie mucho de la sinceridad de los escritores, pero en la lectura tengo la oportunidad de construir el perfil psicológico de quien lo hace. Tengo delante de mí a cuatro libros que me ayudan a entender la situación política en la que vivimos, suponiendo que los autores muestren con sinceridad lo que piensan, lo cual da oportunidad a conocer dónde están las coincidencias y las discrepancias.
Tomo a las publicaciones con el mismo aprecio y sin ánimo de ejercer un sentido crítico, solo con la intención de conocer de cerca sus impresiones sobre los problemas comunes que atañen al devenir de nuestro país, en la creencia firme de que todos, a su manera, pretenden arreglarlo, o si no, fijar las bases y las recomendaciones oportunas para hacerlo. Las obras en cuestión son: “España en su laberinto”, de García Margallo, una alusión a un título de García Márquez que empieza con una frase de Zabalita en “Conversaciones en la Catedral”, de Mario Vargas Llosa. Se trata de un político de centroderecha bastante bien equipado intelectualmente, que me sirve como retrato del pensamiento del PP a falta de publicaciones de Núñez Feijoo, limitadas a algunas intervenciones parlamentarias en Galicia. “La España en la que creo”, de Alfonso Guerra, representante de la vieja guardia socialista, donde se ejercita en la crítica interna al partido en que milita. “Verdades a la cara”, de Pablo Iglesias Turrión, en el que confiesa que en unas memorias hay tiempo para ejecutar un ejercicio de venganza, pero que esa no es su intención, y yo le creo. Y, por fin, “Manual de resistencia”, de Pedro Sánchez, una creación literaria de Irene Lozano destinada a adornar una campaña electoral. A esto tengo que añadir la publicación de Ramón Tamames recogiendo sus intervenciones en la moción de censura, que, a pesar del ninguneo natural al que le sometió la prensa por encabezar una iniciativa de Vox, contiene aspectos muy interesantes sobre la política española actual, incidiendo con Guerra y con Margallo en el riesgo de demolición del llamado régimen del 78.
Considero que para hacer un análisis correcto se deben de tener en cuenta opiniones diversas, aunque en este tiempo estemos acostumbrados a que el pensamiento correcto tiene obligatoriamente un carácter unidireccional: el que surge de los argumentarios hacia las bases ideológicas para construir el ideario que deben transmitir a la opinión pública. No digamos por el ejercido por los editorialistas a sueldo. No están de moda los libros. Es preferible zanjar los asuntos insultándose en las redes sociales o debatiendo entre descalificaciones como es el gusto de los paneles de la televisión, donde se jalean los desencuentros con la misma euforia con que se aplauden los conflictos familiares o amorosos de los famosos.
Yo prefiero leer libros. Quizá no me entero mucho de lo que piensa cada uno, pero sí me apercibo del esfuerzo íntimo que han tenido que hacer los autores frente al ordenador para transmitírmelo. Incluso el de los que no han hecho ninguno y le han encargado a un “negro” que les haga el trabajo. Estos cuatro títulos, más Tamames, son mi recomendación de lectura para este verano.