Anoche vi en 24 Horas al historiador Fernando Hernández Holgado hablando de algo tan delicado como la guerra. Dijo que los países occidentales, incluyendo al nuestro, han tenido un posicionamiento sobre la guerra de Ucrania que no contempla antecedentes ni coyunturas previas para realizar un análisis objetivo. Se trata de una agresión unilateral en la que los países siguen a los Estados Unidos, pero no como cabeza visible y efectiva de la OTAN, pues no se trata de un ataque directo a uno de sus miembros. El argumento es la defensa de la democracia amenazada en la UE, y, además, la sospecha de que si al frente de la política norteamericana se encontrara el señor Trump las cosas serían diferentes.
En ocasiones he leído en la prensa francesa planteamientos que difieren de los que se esgrimen en España, comprobando el alcance de un conflicto que se remonta a unos cuantos años atrás del tiempo en que se desencadenan los acontecimientos más desgraciados. En contradicción con esta postura, hemos asistido a desencuentros dentro de la coalición de Gobierno en lo referente al envío de armas, como si aún estuviera en vigor el pacto de Varsovia y las fronteras ideológicas europeas no se hubieran alterado después de la caída del telón de acero. En este escenario se desarrollan las guerras. Unos apoyan ciegamente a un bando y otros al lado contrario sin saber bien qué es lo que les mueve a ello. Quizá la nostalgia de viejos alineamientos que son los mismos de siempre.
La situación del mundo no es estable y se producen desplazamientos en la implantación de ideologías, sobre todo en el ámbito democrático, sometido a diversas tentaciones autárquicas. Se abren otros frentes y otras guerras amenazan en territorios donde la inestabilidad ha sido una constante histórica. Lo cierto es que el hastío nos ha hecho olvidar a lo que ocurre en Ucrania, que en los últimos tiempos ha servido como justificación para una crisis económica. Lo del mar Rojo también puede convertirse en eso y, sin embargo, no queremos entrar debido al recuerdo de una corriente pacifista iniciada en la guerra del Golfo, cuando las armas de destrucción masiva. Todo esto viene a colación por el caso del avión ruso derribado por Ucrania en el que viajaban 67 soldados destinados a un intercambio de prisioneros. Las partes se acusan de mentir, como siempre, pero el hecho es que alguien ha muerto por un error de los suyos. Lo importante es que esto ha vuelto a llevar ese escenario a las primeras páginas de los periódicos. No a todos, porque en algunos, la noticia ha pasado sin pena ni gloria.
Vivimos un ambiente enrarecido donde las cosas se cuentan a conveniencia para el conocimiento de las personas de a pie, que solo se van a impresionar por el aspecto visceral del asunto. Todo se presenta entre la disyuntiva binaria del sí o el no, de la preferencia de un bloque o del otro, despreciando a las opiniones que pretenden profundizar sobre los problemas y conseguir el entendimiento entre las partes, en el fondo la pacificación de los conflictos. Algo de esto es lo que denuncia hoy Manuel Cruz en un artículo de El País donde habla del ninguneo a las propuestas de Javier Cercas de intercambio de ideas y acercamiento entre los bloques. El articulo se titula “Encanallados o envilecidos” y merece la pena prestarle atención. Manuel Cruz es filósofo, militante del PSC, y fue presidente del Senado entre diciembre de 2019 y febrero de 2020. Otra voz crítica de las que surgen cada día sin demasiado bombo y con las que me siento íntimamente alineado, igual que con Cercas y otros intelectuales a los que se tacha de traidores cuando discrepan.