Enric Juliana nos tiene acostumbrados últimamente a sus arrumbamientos fuera de la objetividad que era su crédito hace unos años. Cuando nadie lo hace, da por buenos los pronósticos del CIS, como un poste aislado en medio del agua, como el barco velero que cruzó la bahía de la Pantoja y José Luis Perales. Dice que la campaña empieza ahora, como en esos partidos de baloncesto donde todo puede cambiar en los diez segundos finales.
Dice, igual que Tezanos, que el 30% de los electores decidirá su voto en la última semana, el 4,6 lo hará el próximo sábado y el 3,6 esperará al domingo, unos minutos antes de estar ante las urnas o a expensas de que les coma el coco cualquier interventor que se dedique a “asesorar” a los indecisos. Creo no equivocarme al pensar que los encuestados han contestado de forma ladina, siguiendo los consejos prudentes de la ley de protección de datos. ¿Por qué tengo yo que decirle a este si tengo tomada mi decisión, y, en su caso, por quién lo voy a hacer?.
No pongo en duda la sinceridad de los consultados en las encuestas, pero me cuesta mucho trabajo creer que un tercio de la población todavía no sepa lo que va a votar, lo diga Juliana, Tezanos o el sursuncorda. Ignoro qué intenciones se esconden al afirmar estas cosas. Podría imaginar que es para añadir un poco de suspense al asunto, pero se corre el riesgo de demostrar que el país pasa por un alarmante estado de incertidumbre y de inestabilidad ideológica. La pregunta es dónde está la duda de los electores, por qué y por quiénes se van a decantar en el último segundo.
La situación está tan polarizada entre las distintas ideologías que parece imposible que exista un número tan elevado de personas que pueden cambiar sus preferencias tan fácilmente. Esto sería un síntoma de debilidad democrática y de que todo puede cambiar por el capricho del viento, de ese acontecimiento sobrevenido que se puede presentar, igual que una DANA, para arrasar con todas las previsiones. Hace años que escuchaba al sociólogo Juan Linz hablar sobre las circunstancias en que se encendían las luces rojas en los actos de normalidad democrática. Hablaba de que cuando las fluctuaciones superaran el 5% era suficientes para levantar las alarmas.
Tezanos y el CIS, además de Juliana, deberían saber que las lealtades, eso que se llama recuerdo de voto, no puede alterarse en porcentajes demasiado altos. La cuestión se basa en convencer al personal de que todo lo que ha pasado hasta ahora no cuenta, que todo empieza a partir del lunes, que es el día que iniciamos la dieta, que lo que ha influenciado en las decisiones no sirve para nada porque todo puede cambiar a partir de los próximos días. Esto es muy peligroso, porque sobrevuela la sospecha de que el país puede dar un vuelco, en el sentido que sea, por un asunto sobrevenido. Luego está el margen de fiabilidad que le puedes dar a los sondeos si se producen estos vuelcos.
Hoy es domingo. faltan siete días para las urnas y la prensa arde llamando a rebato para salvar los trastos. Hay quien habla de que el nuevo modelo territorial español es la Comunidad valenciana, otros siguen insistiendo en los perversos que han metido a ETA en la campaña, como si las listas de Bildu las hubieran confeccionado los de la oposición. Hay un galimatías centrado en Madrid, como si ahí se pudieran alterar unos resultados que ya están cantados desde hace meses. Con todo esto, renace la esperanza, abriendo la posibilidad de que no se van a jugar los minutos de la basura, que nada menos que el 30% aún no ha decidido por quien va a votar. Cuando se anuncian estas aperturas es que las cosas están muy mal y hay que insuflar esperanzas para que el ánimo no decaiga. Juliana intenta echar una manita en la estrategia sin darse cuenta de que está creando un panorama que puede provocar el efecto contrario.
También pude ocurrir que yo esté equivocado y anticuado y no entienda los caminos por donde marcha hoy la política.