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Un coro con nombre propio

Por Daniel Molini Dezotti
jueves 22 de diciembre de 2022, 18:54h

No debería ser así, pero no consigo reprimir las ganas de contar, participar o escribir cuando alguien me contagia algo positivo.

Imagino -vana ilusión- que utilizo palabras que terminarán causando el mismo efecto en otras personas, y entonces me envalentono, agito la mente para transmitir electricidad a los dedos que, a su vez, en un teclado poderoso transforman amor o cariño en un mensaje multiplicado por diarios y nubes digitales, hasta que de pronto, como si fuese por ensalmo, ¿se dice así?, bueno, de forma prodigiosa, sorprendente, rápida, todo el mundo se dispone a sentir lo mismo.

¿Ridículo? Un poco, la verdad.

Resulta que una íntima amiga, la misma que me enredó con la marcha nórdica, me dijo que tenía que contarme algo muy bonito. Y empezó no más, sin esperar mi predisposición a oír.

“No sé si sabrás que hace un par de meses me apunté al Coro Carmen Rosa Zamora de la Escuela Oficial de Música de Santa Cruz de Tenerife.”

Acostumbrado a interrumpir, a cercenar iniciativas, a ensombrecer los discursos con pesimismos, por una vez no dije nada, y ella continuó: “Concha insistió en que me inscribiese, que el ambiente era fantástico, la gente una maravilla, que además de cantar me lo pasaría bien, en fin, fui a un ensayo, con cierta resistencia pero fui. Tras una prueba generosa que me hizo una profesora me incorporaron a la cuerda de contralto.”

Impasible, sin reaccionar, seguí callado.

Conocía de antiguo la afición secreta de mi amiga, su pasión por la música, las clases que recibió, la sonrisa con la que regresaba de esas clases persiguiendo buenas entonaciones que no encontraba, el tema musical que le grabó una vez a una hija con la ayuda de un sobrino que se dedica a pintar pentagramas y hacerlos volar, pero nunca imaginé que sería capaz de integrarse en un proyecto con ensayos y representaciones.

“La verdad es que en el coro hay gente que canta de maravilla, un compañerismo impresionante, de eso quería hablarte, porque si lo vieses estoy seguro que te encantaría, y a lo mejor te inspirase para escribir algo.”

Impasible, sin reaccionar, seguí callado.

“Tenía razón Concha, me encontré con gente fabulosa, Merche, las coordinadoras de contraltos, barítones, tenores, un grupo de más de 40, mujeres y varones. No me atrevía, pero tanto insistieron que voy a cantar con ellos en el Teatro Guimerá. Será el día 21 de diciembre a las 18 horas, me han dado una entrada por si quisieses ver el espectáculo.”

Impasible, sin reaccionar, seguí callado.

“A mi me gustaría que fueses, porque de ese modo podrías conocer de cerca la forma en que trabajan los profesores. Aunque no hayas ido a ningún ensayo podrías comprobar sobre el escenario la profesionalidad, el cariño con el que hacen su trabajo, por ejemplo nuestra directora Edith, la pianista Cani, la directora de orquesta Ana, en fin, si fueses, verías ilusión, ganas, buen hacer, talento, y además todo hecho a cambio de nada, por amor al arte.”

Impasible, sin reaccionar, seguí callado.

“Ya sé que mi aporte no va a impresionarte, conozco perfectamente mis limitaciones, pero con ese grupo verías como desaparecen. Todas nos ayudamos, nadie se siente diva, divo, sino partícipes de una proyecto común, solidario, desinteresado, un esfuerzo que termina en forma de canción. Es como si estuvieses en un lugar donde el tiempo -aunque parezca un contrasentido- se detiene sin detenerse. Los problemas se paralizan lo único que fluye es la música, la risa cuando algo suena mal, las correcciones que le siguen, y las postreras felicitaciones cuando el tono se corrige.·

Impasible, sin reaccionar, seguí callado.

“Al final, el mérito, y eso sí que me gustaría que lo pudieses comprobar, serían de los voluntarios, el cuerpo de profesionales, los docentes que se empeñan en sacar lo mejor de gente como yo, que igual en la vida nunca cantó, o lo hizo con el alma o el corazón, no emitiendo voces.”

Impasible, sin reaccionar, seguí callado.

Y estuve de ese modo hasta ahora mismo, sentado en una butaca del Teatro Guimerá, un poco más arriba de la que me permitió disfrutar, hace años, de una actuación memorable del barítono Simon Estes con la Sinfónica de Tenerife.

Comenzó con los primeros versos de “Old man river” y pareció no gustarle la interpretación, así que solicitó al director Victor Pablo que parase la música e iniciar de nuevo.

Lo explicó y el teatro comenzó a aplaudir la humildad del artista, que sin atender a su grandeza reinició el dolorido homenaje al río Mississippi.

Allí estaba yo el 21 de diciembre a las 18 horas, pero ya no impasible, sino reaccionando a la emoción.

En unos minutos mi amiga, sus amigas, el coro, la directora, la pianista, la orquesta interpretarían dos canciones y yo tendría que ser capaz de romper mi silencio, porque para eso estaba allí.

Tras un desfile inspirador de niños, jóvenes, bandas, percusionistas, cuerdas y vientos que me asombraron por la cantidad y calidad, llegó el turno de actuación para el Coro Carmen Rosa Zamora.

Cuando la batuta de la directora ordenó ya, las notas del villancico canario “Lo divino” se esparcieron por los mismos aires que alguna vez ocuparon las arias de Alfredo Kraus.

Tras el anuncio de la llegada del Redentor, se oyeron los buenos deseos: “We wish you a merry Christmas / We wish you a merry Christmas / We wish you a merry Christmas and a happy new year...”

Cuando estaba terminando el acto recapitulé: tenía razón mi amiga, ¡cuánta gente por el mundo haciendo bien las cosas, cuánta gente que casi nunca trasciende. No podía devolver lo que me habían regalado todos los integrantes dela Escuela de Música, tampoco reprimir las ganas de contarlo.

El Coro -así, mayúsculo- Carmen Rosa Zamora, cuyo nombre rinde homenaje a una docente recordada, es una maravilla, hecho de maravillas: las personas que enseñan, las personas que aprenden, todos a favor del arte, la convivencia, la amistad.

A mi, que no canto nada, me queda el consuelo de escribirlo a los cuatro vientos, aunque la mayoría de las veces los textos me salgan afónicos.

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