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¿A dónde nos conduce esta reforma educativa?

viernes 30 de noviembre de 2018, 07:44h

Al precipicio. Mientras leía las sesenta y nueve páginas de la reforma de la ley orgánica de educación que prepara el Gobierno de España, merodeaban sobre mi cabeza multitud de preguntas. ¿Por qué? ¿Con qué finalidad? ¿Qué avanzamos con esta reforma? ¿Qué medidas nuevas recoge? Pues bien, una vez finalizada la lectura, la única certeza que tengo es que no me queda nada claro en qué va a mejorar nuestro sistema educativo si la reforma sale adelante.

En un principio el actual Gobierno de España achacaba a la arquitectura del sistema uno de los principales problemas, pues bien, este aspecto no se toca. La educación primaria seguirá siendo de seis años, la secundaria de cuatro y el bachiller, de dos. La arquitectura de la Formación Profesional tampoco varía. Entonces, ¿para qué culpamos de todos los males del sistema a una arquitectura heredada de una ley promovida por la izquierda, la LOGSE?

Otro de los problemas que se pretendían solucionar estaba relacionado con la organización de los itinerarios para favorecer la inclusión y la equidad. De esto en el texto de la reforma, ni mu. ¿Para qué entonces criticar lo que tú mantienes?

Lo que sí se cargan de un plumazo son las pruebas de evaluación al finalizar las diferentes etapas educativas, los estándares de aprendizaje y la distribución competencial del currículo. ¡Por algo que habíamos conseguido enderezar del sistema! Si el actual Gobierno de España pretende cumplir con el principio de igualdad entre todos los españoles, así está facilitando la proliferación de diecisiete sistemas educativos. ¿Para qué? Para diferenciarse políticamente de quien promovió la LOMCE y para hacer concesiones a los que les tienen atados políticamente. Grasso error ya que estamos politizando, otra vez más, la educación.

Y así, podríamos ir enumerando multitud de aspectos que esta reforma tira por tierra: el recorte del crecimiento de la educación concertada, el recorte del poder de gestión de los equipos directivos, el recorte constitucional de la libertad de elección con la asignatura de Religión, la cesión de competencias a las comunidades autónomas, etcétera.

Así pues, después de analizar esas sesenta y nueve páginas, y trasladar el texto a la realidad de las aulas, el pragmatismo de la reforma es nulo. Es decir, nada de lo que ahí se recoge incide en mejorar nuestros puntos débiles: el fracaso escolar, la reducción de la tasa de abandono prematuro, la mejora de la competencia lingüística en una lengua extranjera, fortalecimiento de las asignaturas instrumentales para que nuestros alumnos alcancen un nivel competencial alto, mayor tasa de titulados en la educación secundaria obligatoria, etcétera.

Por ello, esta reforma ¿va a posibilitar que nuestros alumnos sean mejores? ¿saldrán mejor preparados del sistema?. Por ende, ¿A dónde nos conduce? Pues bien, yo creo que no nos conduce a ningún lugar confortable. Si esta reforma sale adelante lo único que conseguiremos es seguir dañando el sistema, dañar a los alumnos, poner parches y retales porque el ego político de quienes nos gobiernan les obliga a dejar su impronta. Es más, no conduce a nada bueno porque no es una reforma pactada y consensuada de manera mayoritaria, es una reforma que no contempla unos objetivos comunes a largo plazo. Es una reforma revanchista, partidista y claramente ideológica.

¿Y la sociedad española qué dice de todo esto? ¿Los padres y madres de esos alumnos que van a sufrir una nueva modificación en su etapa educativa? ¿Las asociaciones de estudiantes? ¿La escuela concertada? ¿Las asociaciones de directores de centros públicos? ¿Los docentes? La sociedad no dice nada. La sociedad únicamente se moviliza a toque de eslogan político marketiniano de la izquierda. En España, lamentablemente se ha instaurado la queja y la manifestación en contra de unos.

En estos momentos es el PP, promulgador de la LOMCE, quien debe enarbolar la bandera de la repulsa a esta reforma catastrófica y criticar que este texto es un brindis al sol ya que no contempla ninguna mejora sustancial con respecto a la actual ley. Con esto, no se perderá la oportunidad de retomar el discurso de la educación que hace unos años se apropió la izquierda.

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