Con la muerte de una mujer en Pozuelo de Alarcón, este pasado fin de semana, son ya 17 las asesinadas por terrorismo machista en lo que va de año, si bien la cifra es, con toda seguridad, superior, ya que hay varios casos que aun se están investigando y todavía no se han incluido en la estadística oficial.
Es un macabro goteo continuo, incesante, que va dejando un reguero de muerte, familias destrozadas y niños huérfanos, que se ha cobrado ya más de mil víctimas mortales desde 1999. Más de mil mujeres masacradas por sus parejas o exparejas en 22 años. ETA cometió 855 asesinatos en 42 años de actividad. Está claro, para todo aquel que lo quiera ver, que la violencia machista es un fenómeno terrorista mucho más mortífero que las bandas terroristas clásicas. Aquí, mucho más mortífero incluso que el terrorismo islamista.
Y las muertes son solo la punta del iceberg del terrorismo machista. Son solo la manifestación extrema de la violencia que golpea sin piedad a decenas de miles de mujeres cada día, todos los días.
Y, sin embargo, seguimos sin reaccionar, ni los ciudadanos como sociedad, ni nuestros políticos y gobernantes como poder legislativo y ejecutivo. Para combatir a ETA y otros grupos terroristas se crearon unidades especiales de la policía nacional y la guardia civil, se promulgaron cambios legislativos de endurecimiento de las penas y de cumplimiento sucesivo de las mismas en vez de simultáneo, se estableció la Audiencia Nacional como tribunal especializado, se creó la fiscalía antiterrorismo, se implementaron medidas de socorro y protección de las víctimas supervivientes y de los familiares de los fallecidos, y se dotó a todo ello de recursos humanos y económicos.
En el caso del terrorismo machista se han hecho algunas cosas, pero claramente insuficientes. Hay que atacar el problema de raíz, empezando por la protección de las mujeres en riesgo grave de ser asesinadas. Se ha demostrado una y otra vez que las medidas de alejamiento, tal y como están establecidas en este momento, no sirven en muchos casos, ya que los agresores implicados se las saltan sin ningún escrúpulo. Expertos hay que seguro saben cómo mejorar la situación actual, como, por ejemplo, con el uso de tobilleras electrónicas de ubicación permanente u otros similares.
Y no vale argüir el tema de presunción de inocencia ni de la limitación de derechos fundamentales. Cada caso debe revisarse con las debidas garantías para todas las partes, faltaría más, pero las mujeres y sus hijos deben ser protegidas eficazmente desde el minuto cero, mientras se determina la exacta dimensión del peligro al que eventualmente pueden estar expuestas.
Mientras persista la lacra del terrorismo machista no seremos una sociedad auténticamente civilizada, democrática, ni decente.