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La curva

viernes 31 de julio de 2020, 09:25h

Si me hubieran preguntado hace seis meses qué me parecían las curvas, así, en abstracto, seguramente hubiera contestado que era partidario. Y tanto me hubiera dado si hablásemos de la de una órbita espacial, de las de las tres gracias de Rubens, de un tonel de los C-101 de la Patrulla Águila, de las de la cúpula de Brunelleschi en el Duomo de Florencia, de las del Coll de Sóller, de las de una botella de Chateaux Lafite-Roschild del 82, de las de una porcella rostida, o de las de Scarlett Johanson, con preferencia, en caso de duda, por estas últimas. Las curvas son siempre sexys y sugerentes, mientras que la línea recta es solo la aburrida distancia más corta entre dos puntos.

Hoy, en cambio, la curva -la única que ahora nos interesa- me tiene hasta los mismísimos. No hay quien la dome y la serene. A poco que intentamos acordarnos de nuestra vida pasada, la cabrona de la curva se encabrita y nos recuerda, como a los victoriosos generales romanos, nuestra extrema fragilidad vital. Memento mori, susurraba un siervo al oído de su señor mientras éste recibía loas y vítores de la plebe. Hoy, ese papel lo hace la curva, y lo mismo elige a un general victorioso, a un tornero fresador, a una censora jurada de cuentas, a un parado de larga duración o a un perroflauta de semáforo.

¿Aprendimos algo desde el 14 de marzo hasta el 21 de junio? Me cuesta creerlo, porque desde el primero al último seguimos cometiendo errores que, encima, ahora sabemos perfectamente que perpetramos. Somos, en eso, peores que la curva, cabezones e irresponsables.

Podría gobernarnos Demóstenes o el más sabio de cuantos príncipes o caudillos ha dado la historia -y, por desgracia, no lo hacen-, que si los millones de ciudadanos que habitamos países civilizados seguimos comportándonos como capullos, individual y colectivamente, la curva seguirá su imparable ascenso.

Y nos pasará como al soldado al que hieren en combate por vez primera y que toma conciencia de su condición. Todos los que hemos sobrevivido a la pandemia pensamos, aunque sea de manera inconsciente, que solo mueren los demás, lo cual ha resultado ser rigurosamente cierto. De hecho, usted y yo no nos hemos muerto nunca, y ese hecho incontestable nos provoca un doble efecto anestésico, pues por una parte nos impulsa a seguir viviendo sin
un temor permanente y patológico a la muerte, pero por el otro nos hace olvidar demasiado fácilmente que hay una curva que también nos espera y que, tarde o temprano acudiremos a su encuentro, aunque, de momento, todos prefiramos seguir disfrutando de otra clase de curvas y olvidándonos de que somos mortales.

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