La compañía de seguros que atiende nuestras pólizas de responsabilidad profesional debe pensar que todavía seguimos siendo adolescentes. Afortunadamente, no nos tienen en cuenta; nunca hemos reclamado sus servicios. No obstante, ellos, como si tuvieran algún remordimiento por lo fácil que ganan el dinero, cada vez que están a punto de vencer las anualidades, mandan cartas o promociones ridículas.
Cuando no es un diploma diciendo cualquier tontería, es una ocurrencia que, en el mismo instante en que la descubro, me dan ganas de cambiarme de compañía, pero no lo hago; sigo en la misma desde hace más de 40 años.
En este momento estoy observando la última inspiración que tuvieron. Se trata de una composición manuscrita, con letra de niña, donde además figuran un par de dibujitos (sonrisa y flor), una firma y la calificación, en rojo, de una maestra imaginaria, un 10, grande como el sol.
El título es una pregunta: “¿Qué quiero ser de mayor?” No tarda nada la pequeña en responder lo que transcribo:
“De mayor quiero ser como mi mamá. Ella es muy buena doctora y siempre trata muy bien a sus pacientes. Aunque ir al médico da mucho miedo, me gusta mucho el trabajo que hacen porque nos curan cuando estamos malitas. Nos cuida y hace que la gente se ponga buena. Mi mamá siempre me explica que los médicos son salvadores de almas, que curar el cuerpo de las personas es muy importante, pero que lo más importante de todo es que sus cabezas estén sanas y fuertes.
Por eso creo que es importante confiar en ellos y saber que, cuando estamos enfermos, van a hacer cualquier cosa por ayudarnos. Si llego a ser médico cuando sea mayor, me gustaría seguir el ejemplo de mamá y atender siempre a los enfermos sin perder la sonrisa, siendo cariñosa y amable, pensando en que muchos estarán asustados o nerviosos y haciendo todo lo posible para que estén tranquilos y animados mientras los curo.
Creo que los médicos son una de las cosas más importantes del mundo, porque un mundo sin panaderos o sin vendedores de ropa sería un poco rollo. Pero un mundo sin médicos sería un churro total. Literal. Firmado: Luz.”
De ese modo concluye la niña, si es que existe de verdad y no es un reclamo de mercadotecnia elemental, teniendo en cuenta que el mensaje iba dirigido a los propios profesionales del arte de curar.
En este caso, el papel no acabó donde siempre, sino encabezando este comentario, destinado a difundir la huelga de los médicos del próximo 3 de octubre.
Quizás, a la niña le faltasen datos cuando respondió lo que quería ser de mayor, o su madre, piadosa, no le contó lo que padece para “salvar almas”, por culpa de normas que no reconocen derechos laborales, en centros donde los excesos de responsabilidad y los riesgos se alian con cargas de trabajo próximas a la esclavitud.
Llevan meses y meses intentando que los escuchen los que mandan, y los que quieren mandar en un futuro, con interlocutores nada dialogantes, aunque empiezan a escuchar, quizás porque las batas blancas se han unido, y, apretando puños, usan megáfonos.
Los doctores, las doctoras, van a hacer huelga, demandan un estatuto que los acerque a los de otros países, donde se reconozca la singularidad de su profesión, la misma que exige formación permanente y jornadas que se perpetúan.
Exigen un estatuto propio, que no esté difuminado en un marco donde su representación se ve menguada, a pesar de ser los responsables últimos del sistema sanitario, donde la política parece más importante que la vocación y donde la lucha por el poder se ríe de los postulados hipocráticos.
Exigen mejores horarios, mejor atención a sus pacientes, mejores retribuciones, mejores cómputos para la jubilación, a la postre todos reclamos indispensables para poder ejercer un trabajo en condiciones decentes, en los que los turnos de guardia puedan ser llamados de ese modo y las jornadas complementarias, esas que son indecentes y no cuentan a la hora de la jubilación, pasen a ser historia.
Comenzaba el artículo con una niña contando lo que quería ser de mayor, ahora lo concluye un médico hablando en nombre de muchos médicos, en el Congreso de los Diputados.
“...yo me dedico a la medicina, me esfuerzo por atender lo mejor que puedo a mis pacientes cada día. Y como médico, sé con certeza dos cosas: la primera es que todos ustedes, todos nosotros, un día caeremos enfermos; y la segunda, es que ese día queremos tener junto a nosotros al mejor profesional para que nos cure, o, si no puede, que nos acompañe”.
“Ahora mismo el sistema no está centrado en eso, sino en todo lo contrario, en los datos. Si no, no podríamos entender cómo los pacientes, que vayan hoy a su centro de salud, van a ser tratados por un médico que deberá atender, al menos, a 50 pacientes más en una mañana. O que si ustedes, o sus hijos, Dios no lo quiera, tienen un accidente esta noche, van a ser intervenidos por un cirujano que lleva más de 20 horas despierto, trabajando como médico...”
El discurso continúa y los señores representantes, quizás, entiendan mejor la gravedad de las palabras el próximo 3, día de la huelga. Ojalá sirva también para que la niña de la composición siga soñando con lo que quiere ser de mayor.