La Sociedad de Naciones se creó al finalizar la Primera Guerra Mundial con el objeto de resolver los conflictos con medios como la cooperación y otras formas de diálogo. Fue conocida por las siglas SDN que pronto fue reducida al acrónimo de Sirve De Nada. El hecho es que no fue capaz de evitar la Segunda Guerra Mundial. Luego fue sustituida por la ONU, un organismo que tampoco ha podido imponer el orden, quizá porque reproduce la división ideológica y no puede arbitrar sobre aspectos que estén por encima de los dogmatismos imperantes.
Siempre habrá algo que conduzca a la división, aunque por encima estén los derechos humanos, el conservacionismo, la biodiversidad y otros asuntos de no menor interés. Con la aparición de la Inteligencia Artificial existe el deseo de que las tecnologías recomienden soluciones indiscutibles, fuera de las decisiones humanas, inspiradas por instintos a veces falibles e incontrolables, pero esto está aún por venir en un mundo donde se pueda confiar en un arbitraje indiscutible para cualquier tipo de conflicto. Hoy se habla de crisis en Naciones Unidas y no les falta razón a quienes lo afirman. Ese organismo no se puede librar de una contaminación partidaria que hoy alcanza también a los tribunales de justicia, a los que se les suponía una exquisita imparcialidad, y a otras instituciones que harían de control independiente en un sistema democrático, como por ejemplo la prensa.
La ONU no se pone de acuerdo, pero no solo porque exista ese derecho al veto que imposibilita los acuerdos, sino porque existe la sospecha de que en su seno se defienden aspectos ideológicos que no deberían influir en un órgano que tiene como principal función el ejercer su neutralidad. Con frecuencia se dan como absolutas las recomendaciones surgidas de sus comisiones y la tendencia de los ciudadanos es a ejercer un tipo de negacionismo. Estas circunstancias las vemos a menudo y no sabemos qué hay de cierto a la hora de fiar toda la credibilidad a las determinaciones, con lo cual podemos concluir que ha perdido su crédito, si es que alguna vez lo tuvo, y que no cabe seguir confiando en sus oráculos como las únicas verdades infalibles para regir al planeta. Se aplauden sus decisiones según convenga a la tendencia política, porque el mundo no ha superado esa etapa de desencuentros, demasiado larga, para poder asentar los principios de un progreso en equilibrio, nunca inclinando la balanza hacia una verdad que pueda estar sometida a discusión.
Hoy dice la prensa que la ONU está en crisis, pero cuándo no lo ha estado. La ONU es un cementerio de elefantes para políticos jubilados, un retiro ideológico para pasar a una misión supuestamente superior, y esto consigue arrastrar al organismo las luchas miserables que mantenían cuando estaban fuera de él. La ONU es tan manipulable como lo es cualquiera de los gobiernos que se dicen democráticos. De los no democráticos no hablemos. También trasladan allí sus decisiones asamblearias. No nos engañemos. No es una reunión de conversos que se van a dejar la piel por mantener el orden mundial. Cada uno es de su padre y de su madre.