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Mimí

Por Julio Fajardo Sánchez
miércoles 23 de noviembre de 2022, 11:33h

En La Codorniz salía un chiste de una vedette con una muslera sujetando la media que decía: “hasta aquí llegó la mano del señor conde”. Este personaje servía para todo, porque el anuncio avisando del riesgo de los incendios era del mismo tenor: “Cuando un monte se quema, algo suyo se quema, señor conde”. Tanto el muslo de la bailarina como el latifundio boscoso eran propiedad de la misma persona, en esa imagen nostálgica de un tiempo que no había logrado expropiar esas cosas, a pesar de que lo había intentado. Ya no se habla de eso. La bicha no es el aristócrata, que solo sirve para intermediar en un caso de mascarillas, sino que son los recortes y las privatizaciones: los auténticos enemigos feudales resucitados de un tiempo pasado para hacer política. Lo curioso es que estas cosas abundan sin que se produzca el descontento generalizado, pues el que las practica gana las elecciones y pone de los nervios a su contrincante, que no es capaz de mejorar su posición electoral con el aumento del gasto publico para subvencionar chiringuitos.

La vida disipada se sirve en los cuplés y la arrastrada en las coplas. En España es así. Con señor conde o sin él, nuestra tradición se encuentra diluida entre las bambalinas del cabaret, con las flores del mal exhibiendo sus ligueros como los límites hasta donde pueden llegar las manos pecaminosas de los desaprensivos. Algún día haremos una revisión de la memoria para castigar estos comportamientos y las canciones que los celebran. Yo creo que todavía los observatorios no se han dado cuenta del contenido de esos ojos verdes que están apoyados en el quicio de la mancebía mientras se alumbran las flores de mayo. Este mes poco tiene que ver con la lujuria, solo se recurre a él para que rime con el caballo que se para frente al lupanar.

¿Por qué será que todas las putas que salen en los tangos y en los cuplés son francesas? Madame Ivonne, o “ya no sos mi Margarita, ahora te llamás Margot”. En Punta del Hidalgo escuché a un trovador local cantando Mimí: “De una artista del Folies Berger se prendó un ardoroso español”. “La siguió por espacio de un mes y a su cuarto por fin logró entrar. Y allí, juntitos los dos, le decía al compás de este vals: Mimí, Mimí, preciosa cupletista”. El puntero no entendía bien la letra y sustituía las palabras por otras más comprensibles. Por eso entonaba: “Mimí, Mimí, preciosa y completita”, como queriendo decir que a la artista no le faltaba nada en su complexión física. ¡Y que después siga habiendo alguien capaz de negar que la Punta del Hidalgo es la cuna del folclore!

Al cabaret iba la policía a descubrir al hampa despilfarrando el botín del contrabando, pero teniendo cuidado de no molestar a las ovejas negras de la familia del señor conde, que también tenían derecho a disponer de un poquito de solaz y de un trocito de la muslova, un poco más arriba de la minifalda con flecos. La Mimí de la pista, aparte de completita, era la realización de un deseo imposible para el macho que no tenía los arrestos suficientes para llevarse a una hembra en buena lid. Por eso andaba idealizada en un universo de cuplés y de coplas, esos resquicios de un tiempo pasado lleno de represiones absurdas. Hoy, en La Laguna, todo eso se recrea con sor Úrsula de san Pedro llorando su amor desconsolado tras las rejas del torreón de las monjas Claras. Son cosas distintas, ya lo sé, pero esa es nuestra memoria histórica de andar por casa, como el señor conde de La Codorniz que ya no se encuentra más que en el recuerdo de la escopeta nacional, de Berlanga, que no era conde, sino marqués, y además estuvo en la División Azul. ¡Qué cosas!

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