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Mi hermano el gato

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 18 de agosto de 2022, 05:00h

Hace unos meses me regalaron un gato. ¡Qué rápido crece! Viene a sustituir a otro que se había convertido en el azote de los roedores de la huerta parroquial. Al parecer sólo su presencia suscita intranquilidad en los ratones que buscan hacer sus nidos en lugares seguros y sin olor a gato. He aprendido el efecto disuasorio de un gato.

Más allá de esta razón de utilidad, su presencia llena la casa como cualquier mascota o animal doméstico la llena. Y si uno tiene un animal doméstico debe cuidar de él y procurar que esté vacunado, alimentado, etc. Es bastante independiente, como todos los gatos, pero hay que cuidarlo. Y, en este sentido, ya ha visitado varías veces al veterinario. Y temo que deberá hacerlo algunas más.

La última vez, la auxiliar de veterinaria que le atendió, entre los brazos de mi madre, dijo algo así como “(…) qué bien Tuno, cómo has subido de peso, cómo te cuida mamá”. Entiéndase que el concepto mamá hacía referencia, en esta ocasión, a mi madre. Cuando me lo contó durante el almuerzo hubo en su todo algo de disgusto. Y, a mi juicio, con no poca razón. En mi caso, una cosa es tener una mascota, un animal doméstico en casa, y otra es tener un hermano, o compartir mamá a estas alturas de la película. Acéptenme la ironía…

Un animal doméstico nos humaniza, despierta ese espíritu de cuidado, preocupación y atención que en ocasiones se nos evapora por practicidad. Pero creo que nos hemos pasado de rosca. Una cosa es que nos humanice, y otra que los humanicemos a ellos. Una cosa es que sea oportuno como elemento educativo para los niños y de superación de la soledad para los mayores, y otra, muy distinta, que no seamos capaces de distinguir la diferencia entre una mascota y una persona humana. Y lo peor, que alteremos la escala de valores de tal modo que antepongamos una mascota a una persona.

No podemos perder el sentido común, la lógica y un criterio razonable. Distinguir para entender. Y no confundirnos. Porque una cosa es cuidar la casa común y respetar la vida, y otra, muy distinta, convertir a las mascotas en seres humanos. No podemos pasarnos de frenada y terminar otorgándole derechos humanos a los animales y sintiendo poca exigencia en la vulneración de los derechos humanos en los humanos. Porque si no estamos atentos, terminamos confundiendo las cosas. Y las peras son peras, y las manzanas, manzanas.

Nuestros sentimientos y emociones, nuestro cariño y ternura, se despierta, con frecuencia, con la experiencia de una mascota. Pero una mascota es una mascota. Un gato es un gato. Y una persona es una persona. Y nada está antes que una persona. La persona en el centro, siempre y bajo cualquier condición.

Igual hemos de volver a la clasificación que estudiábamos de pequeños que distinguía los minerales de los seres vivos. A los seres vivos inanimados de los animados. Y entre los seres vivos animados que nacen, crecen, se reproducen y mueren, aquellos que tenemos inteligencia, voluntad y libertad. Para no confundir a un gato conmigo.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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