Con no poca suposición de libertad andamos una calle sintiéndonos que hacemos lo que hemos decidido. Igual hasta creemos que la elección ha sido del todo libre y que nuestro paso es un efecto de nuestra absoluta autonomía. No sé si le cabe bien absoluta a mi libertad como descripción real…
Nunca pensé, tampoco ahora lo pienso, que yo estuviera dentro del grupo de cola en el uso de las nuevas tecnologías. Seguramente porque a quienes nos ha agarrado los avances tecnológicos en plena actividad hemos hecho un esfuerzo por estar al día y no sentirnos al otro lado de la brecha digital. Pero resulta que me ha ocurrido algo inesperado al respecto. Los reyes magos me han regalado un bolígrafo digital para mi tablet y, oh desgracia insoportable, la tablet no tiene la versión adecuada para poder usarlo. Es un regalo envenenado que me invita de adquirir una nueva tablet. Y ahí está el dilema. Porque la que tengo va bien y me ofrece cuanto necesito, pero ¿qué hago yo ahora con el pencil? ¿Será un acto de poca gratitud no usar un regalo? ¿Se lo podré regalar a alguien que lo pueda usar sin manifestar descortesía con la generosidad donante de los magos de oriente?
¿No les parece esta deliberación como las discusiones medievales sobre el número de ángeles que cabrían en la punta de un alfiler? ¿No se parece un poco a las deliberaciones de la burguesía sobre el uso del abanico o el sombrero femenino? ¿No les parece que entramos, sin querer, en el debate inútil al que nos empuja, no con mala voluntad, el mercado, haciéndonos necesitar lo que realmente no necesitamos? Porque es, sin duda, una situación de amarre de la libertad. Es una deliberación que en poco transforma la vida social y hace más felices a los demás. Pero está ahí, y no podemos desprendernos de ella.
Cada día, en numerosas ocasiones, sobre temas muy concretos, a veces de muy escaso valor, estamos obligados a tomar decisiones. Puede que la mayoría sean insustanciales, pero hay de decidir. Otras veces las opciones entorno a las que hemos de decidir tiene mayor calado y consecuencias más serias. Nuestra biografía es una cadena de pequeñas y grandes decisiones. Y, como un músculo, la actividad lo va fortaleciendo hasta convertirse en un medio diestro y firme para la acción. ¿Le pasa lo mismo a nuestra libertad? ¿Somos capaces de elegir libremente?
Alguien a quien considero importante me ha dicho que “la libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el ser humano una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad.” Me gusta lo que me dice, pero, creo, que necesitamos que se nos eduque, que nos ayuden a ser libres de verdad. No es espontáneo que lo seamos y, de serlo, no es espontáneo que nuestras opciones nos encaminen hacia espacios de mayor libertad.
Porque la cosa es más seria de lo que pensamos. La maestra de la que hablo me ha dicho, además, que “en la medida en que el ser humano hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección del mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud”.
Creo que, por el mero hecho de ayudarme a pensar, aunque no lo pueda usar, agradezco el regalo de un bolígrafo digital.