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La revolución del perdón

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 21 de octubre de 2021, 06:00h
Si te dejas llevar por lo espontáneo, por lo que sale del hígado inflamado por cualquier disgusto o contradicción, morder es lo primero que surge. Una dentellada de rabia como efecto defensivo o como reacción instintiva. Si me dan, doy; y si doy más fuerte mejor. Es lo que el instinto de conservación y defensa, del que también participamos, hace surgir de nuestro interior con sabor a hiel. Que se lo digan a los conductores en el marco de una retención o ante el fallo de otro conductor. Gritos que equivalen a dentelladas.

La venganza es una experiencia solo humana. Porque el resto de seres vivos tienden a defenderse de un ataque; nosotros podemos atacar solo por haber sido objeto de un ataque pasado o futuro (reacciones preventivas) a nuestra integridad. La venganza es una experiencia humana. Empapada un poco en instinto y otro poco en esa capacidad de producir mal y alegrarnos de ese mal ajeno. Y cuanto más le duela, mejor.

Perdonar a otro es también experiencia exclusiva de los seres humanos. La ilógica del perdón es revolucionaria y contracultural. La gramática del perdón es una experiencia heroica. Porque no solo es un esfuerzo de lucha contra quien daña, sino también contra nuestra natural reacción a devolver la herida revisada y aumentada.

Una lucha doble y heroica.

La memoria de los mártires no puede ser sino la reivindicación de una memoria poderosa y revolucionaria: la del perdón. Solo si se perdona se puede ser declarado mártir. Es la diferencia entre un mártir y una víctima del odio. Es más; solo en quienes es posible reconocer que murió perdonando a los verdugos es posible la declaración de martirio en la Iglesia. Porque la gran novedad incorporada por Jesús fue el perdón como la más elocuente manifestación de amor al prójimo.

¿Cuántos veces hemos sido perdonados? ¿Cuántos veces hemos tenido que pedir perdón? ¿Y recordamos lo que ha ocurrido por dentro al ser perdonados? Ese alivio es un refresco en un día de calor. De igual manera que hemos vivido el salvaje latigazo de la súplica de perdón no atendida. Y si dolió nuestro error o nuestro fallo, más nos duele no recibir el perdón. Agrio y duro, dolor acompañado de aullidos que no terminan.

Lo curioso es que sabiendo el beneficio del perdón nos resistimos a derramarlo no se sabe por qué incapacidad innata que nos limita y debilita. Nada hay tan fuerte como el perdón. Es la cuerda que nos une al muelle de la felicidad. Es el balcón que rehace y reconstruye el yo herido por un error que taladra la conciencia. Solo quien ofrece su perdón ama de verdad. No hay otra forma real de amar al prójimo sino estando dispuesto a perdonarle.

No es señal de debilidad, sino signo de fortaleza interior. Porque ya sabemos qué es lo primero que sale de nuestra loca vitalidad espontánea.

No te preocupes si no se olvida, porque no se olvidan las experiencias, mientras puedas decidir perdonar la ofensa. Te hará crecer y saltar de vida en vida hasta la que no se gasta ni se deteriora.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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