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La irrelevancia de los valores espirituales

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 13 de agosto de 2020, 06:00h

Existen ámbitos de nuestra existencia que generan un pudor inexplicablemente. Nos cuesta manifestarnos al respecto de ciertos temas por un cierto sentido de respeto humano misterioso. No nos importa manifestar nuestras preferencias deportivas, ni el equipo al que somos aficionados; no nos importa compartir nuestras preferencias políticas y nuestra forma de entender la vida pública, o de hablar del novelista de la última obra que hemos leído o nuestros gustos artísticos. Como si hubiese ámbitos en los que el diálogo se normaliza y otros en los que manifestarse es exponerse a un juicio que, supuestamente, tememos.

Hace pocos días hablaba con una persona de la Catedral de La Laguna. Me decía que se trataba de un edificio precioso y con mucho valor y que, por ello fue declarado en su momento Bien de Interés Cultural (BIC). Me indicaba que para la ciudad de la laguna tiene una importancia especial como Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Su valor artístico, histórico, emocional..., pero no habló nunca de su valor religioso y espiritual.

De esta manera, las realidades de iglesia pivotan entre el interés cultural, histórico y, si miramos a Cáritas, su valor social. Pero todos esos valores nacen de su dimensión religiosa y espiritual. Esa es la raíz del arte que contiene y de las actividades que realiza. Y, sin embargo, en el diálogo es irrelevante el interés religioso y espiritual, del que se evita hablar por ese extraño pudor del que hablábamos.

Y es curioso. Hasta los seguidores de la teoría pedagógica de las inteligencias múltiples hace tiempo que hablan de la inteligencia espiritual. La apertura a la trascendencia y la capacidad interior intrapersonal. Todos la tenemos, y muy de vez en cuando la compartimos. Es extraña esa actitud vergonzante que esconde la espiritualidad y los vínculos religiosos que podamos tener.

Creo que, incluso, podemos reconocer esta nota distintiva propia de la sociedad europea y, muy especialmente, de nuestra actualidad española. ¿Se imaginan escuchar a nuestro presidente pedir a la nación que encomienden a Dios alguna situación grave en la que está envuelto el país como oímos en EEUU? No, de ninguna manera. Entre nosotros el fenómeno religioso se esconde, se aparca, se disimula. Especialmente si se trata del fenómeno cristiano. Y es, sin duda, un hecho verdaderamente sorprendente. ¿Cómo es posible el éxito de los adivinadores y de los teléfonos de futurólogos a precio sin reconocer el fenómeno religioso? Tal vez porque se hace a escondidas, de manera anónima. Públicamente no nos agreveríamos por ese extraño pudor sobre una dimensión de nuestra personalidad.

En Cáritas diocesana se suele hablar muchísimo del “Modelo de acción social”, señalando que son los principios y criterios de valor que nacen del Evangelio los que mueven a los voluntarios y los técnicos en su trabajo. Reiteramos y repetimos, tal vez hasta el exceso, que Cáritas es la comunidad cristiana, que Cáritas es la Iglesia. Y se repite porque no queremos participar en esa vergonzosa y vergonzante actitud de disimulo de lo que es fúndante.

Así son nuestras virutas de vergüenza inexplicables.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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