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La importancia de una tacita de café

Por José Luis Azzollini García
lunes 25 de octubre de 2021, 22:00h
En estos días, visionando las noticias sobre el volcán de la isla canaria de La Palma en la RTVC, he podido ver y escuchar a una señora mayor hablar de la tragedia personal que vivía. Ella había perdido todo su entorno y aún así, le quedaban ganas de seguir mirando hacia adelante. Como le ocurre a la mayor parte de la gente de esta isla bonita.

Comentaba la buena señora, -por su apariencia podría ser la abuela o la madre de más de uno-, que había salido de su casa casi con lo puesto -aquí es cuando tenemos que recordar los famosos 15’- y que gracias a Dios, alguien de su familia había conseguido traerle su “tacita de café”.

Alguien podría pensar que ella hablaba de una taza especial de la familia, o una joya con piedras preciosas incrustadas. Nada más lejos de la realidad. El valor de la vajilla que ella tanto agradecía, era por su costumbre de tomar su “buchito”[1] de café. Decía, además, que ahora tenía que repartir su tiempo de estancia en las casas de sus hijos y que rezaba que la moneda que echaría al aire para ver con quien le tocaba, favoreciera a alguno de los que, también, eran amantes del “momento café”.

Entonces, ¿podríamos afirmar que estamos ante una persona que tiene el café como un vicio irrefrenable?

Ni mucho menos. Estamos frente a una persona que representa una costumbre bien arraigada en muchas familias canarias en particular y seguro que, también, españolas en general. Para ella -yo lo entendí así- el volcán, no había sido capaz de quitarle sus costumbres. Le podía haber llevado su casa y sus enseres, pero no sus costumbres. Ella, al menos, podría seguir tomando su cafecito, tal y como lo había hecho siempre: en su pequeña taza. Poquito a poco, saboreándolo y recordando todo lo que había vivido entre café y café.

La tacita de café, que con el tiempo hemos sido capaces de valorar más allá del contenido, es ese momento que relaja. Ese momento que satisface a quien lo consume -el tiempo y el café-. Es ese momento que rompe con la agonía del día a día y permite cambiar el estrés por el relax. Aunque parezca una contradicción, ya que el café es un estimulante como se sabe bien.

Un gran amigo mío, Carlos López Melo, psicólogo y escritor de excelentes libros de ayuda -ya fallecido-, dio una charla sobre estrés a un grupo de médicos de Tenerife. En el transcurso de dicha ponencia, les recomendó a los dicentes que durante la jornada de trabajo, rompieran la monotonía de la consulta. Para ello, solo tenían que ir al office y dedicar quince minutos a tomarse una tacita de café y hablar con sus colegas de cualquier cosa, que no fuera de trabajo. Algunos lo practicaron -eso al menos me comentaron- y se sentían agradecidos por el consejo. ¿Había, mi querido amigo Carlos, descubierto un sistema infalible? Nunca se jactó de ello. Simplemente, había aplicado los beneficios de la tacita de café. Y mira por donde, como si estuviera todo planeado, ahora se han vuelto a unir los “quince minutos” y la “tacita de café”.

Recuerdo también que una tía abuela mía -mi Tía Anita- cuando veraneábamos en el Río de Arico, y terminaba de hacer las faenas de la casa, iba a la “casa de las chicas” -gente de su misma quinta septuagenaria y que vivían por debajo de la nuestra-. Ese pequeño grupo de mujeres, conseguía parar el tiempo con el simple método de la tacita de café. Ellas sabían que, llegada una hora determinada y concreta, se reunirían con la cafetera recién hecha y conversarían de “sus cosas” pero con una mano en el platillo y la otra en la tacita. Entre sorbo y sorbo, tomado con una calma inusitada, irían acomodándose en su pasado y cuando ya consiguieran llegar al presente, ya habrían terminado el contenido de la pequeña taza: Un aromático y sabroso café.

Esos momentos que tuve la suerte de vivir en directo alguno de ellos, me ha llevado a mí y a mucha gente que tengan historias similares, a saber saborear el momento café.

Los bares se esmeran en preparar los café de mil maneras posibles -cortados, con leche y leche, con espuma, sin ella, con leche fría o con leche caliente, con licor o sin licor, carajillo o zaperoco, etc.- para atraer a un público deseoso del rico manjar. Pero, pocos, se preocupan por el sitio para quien gusta de tomarlo a modo de “tacita de café”. Esto es: con tiempo, con amigos, con tertulia, con la historia y la importancia que esconde cada una de las tazas.

Hoy en día, incluso, se sirve el café en unos recipientes de cartón -algunos son de plástico- que al estar tapados pero con una pequeña rendija, te permite irlo tomando mientras caminas hacia… ¡hacia dónde, por Dios! ¿Cómo se puede desaprovechar el magnífico momento “tacita de café” en caminar si más? ¿Es que no encuentran otra cosa que hacer, que ir tomando café o lo que quiera que sea lo que va dentro de ese artilugio, con agobio?

No. Lo lamento, pero no. No puedo aceptar que algo tan importante que nos dejó quienes nos precedieron, se rompa por tener que adaptarnos a las nuevas reglas del juego.

¿Se imaginan ir a comer con los amigos y a la hora de finalizar el encuentro culinario, pedir un café y que te lo sirvan en ese “invento” y nos pongamos todos a dar vueltas a la mesa tomándonos su contenido?

¡Conmigo, desde luego que no cuenten!

Yo soy más de terminar las comidas con una tacita de café y repasar cosas con los amigos. ¡Cosas de amigos, sin más! Antiguamente se tomaba uno una copa de lo que fuera, encendía el puro y junto con la tacita de café, se conseguía el triángulo del momento feliz. Nos han ido quitando el puro y la copa por razones, sanitariamente razonables, pero ¿cómo van a justificar el cambiar lo que nos queda del triángulo por un vaso con tapa?

En otros de esos momentos, se realizaban buenos contratos -cuando en lugar de amigos, participaban del momento, gente de negocios-. Contratos que, probablemente, después tendrían que cumplir los que se toman el café con el vaso de cartón y caminando.

También se ha usado como “moneda amistosa” de intercambio cuando te visitaba alguien trayendo una bandejita de dulces y tú le correspondías con… Correcto: con una tacita de café.

La taza de la que hablo, no debe ser de gran tamaño, por mucho que los diseñadores se empeñen en crear recipientes que están hechos para un escaldón de gofio o pensando más en los anglosajones que en los españoles. El café se toma a sorbos cortos, no a buches largos, y siempre con “estilo” que diría mi amiga Mª Nieves. Entre sorbete y sorbete, hay risas, pensamientos, alegatos o incluso silencios de meditación o deleite. ¿Qué voy a encontrar si me lo bebo todo de golpe o de dos veces? Pues encontraré: estrés, prisas y, en definitiva, un “corre-corre”.

Lo que la señora de esta historia nos ha contado, habla de tranquilidad. Habla de lo que ella ha sufrido o gozado. En definitiva, lo que me ha llegado de su satisfacción por tener su “tacita de café”, es un mensaje rico en historias. Sus historias. Y, sobre todo, el saber que el volcán tampoco pudo con ella.

Ojalá que ella tenga tiempo de tomarse muchos “buchitos” de café con sus hijos y nietos. Yo, al menos, me alegraré por ella.

Y, ahora, con permiso, me haré una cafetera para recordar todo lo que la tacita de café me traiga.



[1] “Buchito” de café, s/ El diccionario de habla Canario, significa un poquito de café y no de cualquier otro líquido.
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