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La alergia a la ley

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 10 de noviembre de 2022, 09:44h

La vida social necesita un nivel de organización que, inevitablemente exige que haya un espacio protagonizado por la norma. Hay cosas permitidas y otras prohibidas, porque son negativas o positivas para la vida social sanamente organizada. La ley, como expresión de un discernimiento que busca el bien posible y mayor para todos, concreta esta necesidad organizativa.

Nadie consideraría que las normas que la Dirección General de Tráfino son limitaciones al tráfico rodado. Todo lo contrario. No podemos conducir de cualquier manera y por cualquier lugar para que todos podamos hacerlo con seguridad y agilidad. La experiencia nos dice que una buena legislación es un beneficio para la vida social. El legislador está llamado a prestar un servicio insustituible al bien común.

Pese a esto, hay un no sé qué, o un qué se yo, que nos sitúa frente a la ley con una cierta alergia. Porque nos limita, nos impide hacer cualquier cosa en cualquier momento. Nos ordena, nos dispone a organizar nuestra convivencia superando actitudes individualistas. Es cierto que la legalidad y la moralidad no tienen por qué coincidir siempre y bajo toda circunstancia. De hecho existe la objeción de conciencia como elemento de respeto a los principios morales de las personas, pero eso no significa habitar en el país del rechazo a toda legalidad.

Estos días, en una reunión de coordinación de proyectos y programas de Cáritas, alguna intervención me hizo recordar mi posible alergia personal a lo legal. Sí, así lo percibí. Me mostraron que decir que algo es obligatorio y que lo hemos de cumplir todas las personas, es un servicio que clarifica y da seguridad a quienes trabajamos en la entidad. Y pensé que, tal vez, también yo tengo cierta alergia a lo legal. Me cuesta decir que hay cosas que todos debemos cumplir y ofrecer lo obligatorio como obligatorio. Agradezco este salvavidas lanzado para superar mi urticaria a lo normativo.

Debe ser que todos llevamos un anarquista escondido en el alma y sentimos que cualquier limitación a nuestra libertad es un atentado. Y, aunque sabemos que no es así, nos resistimos a acéptalo a la primera. Es como la adolescente actitud que se rebela de entrada a todo principio de autoridad. Debe ser que las potencias del alma, como las llamaba San Agustín, debe crecer en nosotros de la mano si queremos equilibrio y desarrollo integral. Conocer y elegir, Inteligencia y Voluntad, son esos espacios que nos hacer humanos. Y la libertad necesita andar de la mano de la verdad, si no, es una bomba lapa en las relaciones sociales.

Las alergias se superan dejando de tomar los alimentos o evitando los lugares a los que nuestro sistema inmune es intolerante, o vacunándonos de alguna manera. Y la vacuna de estos males son un conglomerado de de valores que transforman y profundizan nuestras disposiciones morales: desde la amistad social hasta el reconocimiento de la necesidad de una búsqueda serena y racional de la verdad. Igual que buscamos la autonomía como criterio, buscamos la conquista de relaciones que seaneen nuestra salud emocional.

Si la ley es adecuada, la convivencia social es posible.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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