Estas últimas semanas se ha escuchado en un porcentaje significativo el concepto “gratis” en los comentarios e informaciones sociales. Si no ha podido ser gratis del todo, al menos el 50 % gratis, haciendo referencia a los transportes de personas en la zona metropolitana.
La Real Academia Española define lo gratis como “sin coste”. O sea, que la educación, la sanidad, los transportes, etc., son gratis cuando no tienen coste para los padres, los enfermos y sus familiares, o para los pasajeros. Pero todo esto, aunque no tenga un coste para los concretos beneficiarios, tiene un precio que alguien ha de pagar de alguna manera. Como decía mi abuelo, “lo gratis se fue para Cuba”, recordando la emigración y sugiriendo que todo tiene un precio.
Incluso el descuento en los carburantes que nos recuerda el tique de caja de las gasolineras alguien lo ha tenido que pagar. Se me ocurre pensar que tomar consciencia de este hecho puede colaborar con el reconocimiento y la responsabilidad en el uso de las cosas que son comunes. Si decimos que el mobiliario urbano no es de nadie, no nos afecta mucho su posible destrucción como efecto de un desahogo revoltoso e inconsciente. No es que no sea de alguien, sino que es de todos y, de alguna manera, lo hemos pagado todos.
No hablemos de las aplicaciones (APP) gratuitas que, de vez en cuando te invitan a instalar la versión Premium. Siempre esconden algún interés en el trasfondo. Lo conocemos cuando nos llaman por teléfono para ofrecernos un servicio y nos preguntamos quién le dio nuestro teléfono. Se lo dimos nosotros entre las condiciones de aquella supuesta gratuidad de la aplicación.
Mi hermana me ha recordado alguna vez lo que yo le he constado al Servicio canario de Salud. Su condición de médico, y durante muchos años Jefa de Admisión de un hospital, le facilita conocer el precio de una noche de cama, de una sesión de quimioterapia, de un escáner o de un PET. Y, cuando se suman los costes, a uno le da un vértigo profundo o una gratitud infinita al sistema que nos ofrece este servicio de atención.
Por eso es por lo que una ética para andar por casa sugiere que una factura sin IGIC es a la corta un pseudo-beneficio, pero a la larga una insolidaridad social importante; que un trabajo sin contrato y sin la debida cotización, comparte el mismo bando insolidario; y así un largo etc., de actitudes incívicas e inconscientes.
Es por eso por lo que no siempre es oportuno calificar de gratuitas las cosas de las que disfrutamos si tienen un coste real que, entre todos, aportamos. Y este hecho ha de estar presente, también, en el Currículo de enseñanzas mínimas que el alumnado debe conocer y poseer en su perfil de salida. No solo es una protección para la empresa editorial el limitar las fotocopias de un libro, sino para su autor, al que le costó esfuerzo laborioso su redacción; para el trabajador de la imprenta que manchó sus manos con las planchas de color; para el camionero o el dependiente de la librería.
La gratuidad es una actitud fundamental. Pero la irresponsabilidad ante lo gratuito es un insulto a la comunidad.