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El metaverso palestino

Por José Manuel Barquero
domingo 26 de noviembre de 2023, 15:54h

La extrema derecha, la de verdad, ha ganado las elecciones en los Países Bajos, y anda el personal que no da crédito. En el país más tolerante de Europa con las drogas y la prostitución se ha impuesto en las urnas un tipo que promete medidas muy duras contra la inseguridad ciudadana. Holanda es tierra de acogida, pero el líder del partido más votado enarbola desde hace años un discurso xenófobo en general, e islamófobo en particular. Con este programa de gobierno Geert Wilders ha duplicado su número de escaños. Desde su superioridad moral nuestros más finos analistas de política internacional andan pidiendo el frasco de sales. ¿Cómo ha podido suceder algo así en aquel paraíso de las libertades?

Es llamativo que ese coro unánime que llama a levantar un dique para contener la ola reaccionaria que viaja de Italia a Eslovenia, de Polonia a Francia, no dedique un rato al análisis de las causas de este tsunami electoral. Me contaba esta semana un sueco afincado en Sóller que hace años dejó de votar a la izquierda en su país porque sus líderes viven en un metaverso, y sólo hablan para los habitantes de ese metaverso. En asuntos de inmigración, el tamaño importa y el origen influye. Negar esta evidencia favorece la aparición de populistas repartiendo al electorado gafas de realidad aumentada. Lo siguiente es abrir la boca con preocupación al conocer sus porcentajes de voto.

Pero este auge de la extrema derecha no es un fenómeno exclusivo de Europa. En Israel se formó hace unos meses el gobierno más radical de su corta historia. Los resultados electorales otorgaron a los partidos ultraortodoxos un poder nunca visto, radicalizando a un Netanyahu acorralado por sus múltiples causas judiciales. ¿Y dónde quedó la izquierda israelí? También acorralada, pero en minoría, con un discurso pacifista que contempla la solución de los dos Estados, y que Hamas se encarga de que suene como el guión de una película de Disney cada vez que proclama que su primer objetivo, y casi único, es la destrucción del Estado de Israel.

Pedro Sánchez ha viajado a Tel Aviv para explicar a los israelíes cómo acabar con el terrorismo. Se lo ha debido contar su principal mentor, Zapatero, que hace un par de meses se arrogó la victoria sobre ETA sin recordar el trabajo de sus predecesores, ni la resistencia de la sociedad civil vasca y española, ni el trabajo ímprobo de las Fuerzas de Seguridad. ETA nos hizo sufrir, no a todos por igual, pero nos hizo sufrir. En números redondos, fueron algo más de 800 muertos en 50 años. Hamas asesinó a 1200 personas en menos de 24 horas. Pero el único tamaño que le importa a Pedro es el de su ego, tan grande como para mostrarle a Benjamin el camino de la seguridad en Israel.

Todo hubiera sido distinto contra ETA si Francia hubiera inyectado 1500 millones de dólares en la organización terrorista, como ha hecho Qatar con Hamas. Si ETA hubiera tomado bajo su mando el Gohierri guipuzcoano, expulsando de ese valle al ejército y la Guardia Civil, la lucha antiterrorista se hubiera complicado. Si las granadas contra una casa cuartel se hubieran lanzado desde el patio de una ikastola, o desde la azotea de un centro de salud, las cosas hubieron sido más difíciles. ETA lo dejó por imposible, pero esta evidencia no le ha ido bien a Bildu, y al parecer ahora tampoco al sanchismo.

España es con diferencia el país más pro-palestino de la Unión Europea, y a esa mayoría de electores se ha querido dirigir Sánchez durante su visita a Israel. El apoyo en Palestina a la solución de los dos Estados ha caído del 74 al 41% en diez años, y sólo un 20% de su población es partidaria de negociar con Israel. Esta es una realidad irrelevante para la izquierda, instalada en su metaverso particular.

Embestir al gobierno de Israel en una visita oficial con declaraciones mucho más duras de las emitidas por la mayoría de países árabes queda guay ante tus electores, pero sólo sirve para afianzar la posición de un país que decidió hace años ignorar la opinión publica internacional, excepto la norteamericana. Si le afeas a Israel, con toda la razón, los miles de niños muertos en su ofensiva militar, pero al tiempo no mencionas la vileza de Hamas de parapetarse en colegios y hospitales, tu interlocutor entiende rápidamente que sólo hablas para tus parroquianos, y se niega a participar en tu mitin.

Las relaciones internacionales siempre conllevan un complejo juego de equilibrios. Es justo lo contrario a los escenarios maniqueos que tanto le gusta crear a Sánchez, y que tantos beneficios personales le han reportado. El problema es que los costes de su osadía, también en un conflicto diplomático, los sufragamos entre todos. Al tiempo.

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