Se contaba en un chiste, que cuando llegó por primera vez el trasatlántico Queen Mary al puerto de Santa Cruz de Tenerife, y se disponía a atracar, se mantuvo el diálogo habitual entre el personal auxiliar de puerto y el del buque. El de tierra, le pedía que tirara el cabo para amarrarlo en el “noray”. El del barco, intentaba hacerse entender con el del puerto. Y, así, se establecía la charla.
- Tire el cabo, para amarrarlo.
- Sorry, I’dont understand you.
- Que ti-re el ca-bo (subiendo el tono).
- What do you say?
- Que ti-re el ca-bo, hombre. que ti-re el ca-bo (gesticulando mucho).
- Please, say it in english.
- Do you speak english?
- Yes, yes…
- ¡Pues tirar el cabo, joder!
A mí me ha tocado vivir mi llegada a puerto, laboralmente hablando. Y, este chiste me viene al pelo para recordar mis comienzos con el tema de los idiomas en mi deambular por la industria turística. Por mucho que uno hubiera estudiado el idioma inglés durante su etapa académica, y el alemán en los estudios de Técnico en Empresas Turísticas, el hablarlo era otra cosa bien distinta. Mis hijos, por ejemplo, lo hablan y lo leen muchísimo mejor que yo habiendo estado en contacto con gente de esos países mucho más tiempo en mi caso. Al final pude hacerme entender con los turistas y en mayor o menor medida, no me defendía mal. Hice hasta contratos en el idioma de W. Shakespeare y con los alemanes, mantenía conversaciones prácticas, eso sí, en el sistema “indio cheroky”.
Fueron mis años de comienzo en mi vida laboral, allá por el año 1979. Se salía de una gran crisis y se conseguía trabajito de forma más o menos rápida, así que pronto me enganché al mercado laboral y poco a poco fui escalando puestos hasta llegar a alcanzar una dirección regional en una compañía hotelera. Pero, antes tuve la oportunidad de conocer puestos de rango inferior, con sus turnos y sus noches. Me puse en el camino de D. Francisco Páez Rolo, y él me dio una gran oportunidad de comenzar en un complejo de Playa de las Américas. Gracias por darme la gran oportunidad.
Después sería, otro empresario del sector turístico, D. Juan Recio Gómez, quien me ayudaría a crecer en esto de la dirección hotelera. Mano izquierda, me decía, siempre. ¡Mano izquierda! Se conoce que cuando entré en eso de dirigir, lo hice como elefante en cacharrería. A todo el que me discutiera, quería despedirlo. Poco a poco fui aprendiendo hasta llegar el día de cambiar de aires y quedarme con muchos amigos, incluso, dentro de aquellos a los que señalaba para despedirlos. El trabajo era duro, pero enriquecedor, porque podía compaginar la gestión con la actividad comercial y eso me gustaba. Como también me servía para aprender de todos con los que trabajé en Atlántida, El Nopal y El Concordia y casi al final, Laurisilva. Gracias a todos por enseñarme a apaciguar mi forma de entender la dirección.
Todo tiene su fin y a mí, tal vez por haber empezado con la dirección demasiado joven, puede que me hubiera “quemado algo”. Lo cierto es que decidí aprovechar la oportunidad que mi amigo José Laureano, me puso en bandeja y pude entrar a formar parte del equipo directivo del Hospital Universitario de Canarias (nuestro HUC) y allí volvía a conocer a un gran jefe que siempre me/nos dejó trabajar. D. Felipe González Domínguez, quien dirigía a un equipo de subdirectores administrativos con los que hoy en día ya formamos equipo de amigos con “salida de área” (así lo llamábamos y seguimos llamando) en carnavales y comidas.
Esta etapa tenía fin desde el mismo momento en el que firmé el contrato, pues solo se firmaba por tres años y posteriormente había que mantener el tipo a base de pequeños contratos. Algo difícil para un amante de la seguridad como soy yo. Estuve un corto espacio de tiempo formando equipo en el grupo de Formación ocupacional Eurohorizonte, donde D. Juan Moncada, me dio una buena oportunidad de conocer el mundo de la formación desde dentro. Al poco tiempo, y nuevamente, mi amigo José Laureano, me puso en contacto con la compañía Fred Olsen donde necesitaban reforzar el equipo directivo del Hotel Tecina y para allá que me fui con el cargo de sub-director del hotel y responsable de food & beverage, bajo la dirección de D. Alfonso. He de reconocer que aunque trabajé junto a un equipo formidable de profesionales, mi periplo por el Tecina, siempre lo he considerado como uno de mis grandes fracasos laborales. Sin duda me hubiese gustado dirigir ese hotel, pero no pude hacerme acreedor de esa oportunidad.
Cuando terminé, pensaba que volvería a “engancharme” en la hostelería de Tenerife, pero ya se hacía difícil, por lo que tras tener tiempo para pensar en mi futuro durante cinco larguísimos y angustiosos meses, decidí hacerle caso a mi hermana y presentar currículo en la Industria Farmacéutica, aun cuando en ese sector ya se empezaba a solicitar licenciados en el sector sanitario. ¡Tú preséntalo!, me decía casi con voz de mando. Y, le hice caso.
Francisco Rivero Aguiar, tristemente desaparecido hace muy poco tiempo, gerente en aquel momento de un laboratorio americano, me tendió el cabo y yo me amarré. ¡Vamos que si me amarré! Fue un amarre tan fuertemente acoplado, que estuve “atracado” en el puerto de la Industria Farmacéutica, durante veintidós añitos. Mis últimos veintidós años de vida laboral. Terminé en otro laboratorio anglo-sueco, por una absorción de la línea en la que trabajaba en mi anterior empresa. Ni me despeiné en el cambio. Nos acostamos siendo A y despertamos siendo B. ¡Cosas de multinacionales! El caso es que en este periodo, tuve la suerte de conocer a mucha y variada gente. El hacer amigos, siempre me ha entusiasmado, y en este sector, esa posibilidad estaba garantizada. Muchas gracias Paco, por haberme apoyado.
Ahora después de 40 años, 6 meses y 21 días, me ha tocado pedirle al Organismo que dirige todo lo concerniente con la jubilación, que me sujeten en el “noray” de su dique, el cabo que les echo, ya que es a ese puerto al que deseo amarrarme hasta que el cuerpo aguante.
En la bodega, mi bodega, he podido ir reuniendo experiencias y sobre todo, grandes amistades. Momentos tristes y pérdidas de amigos con los que compartí grandes momentos. A los que siguen en la mar -no los nombro por no hacer largo este artículo, pero ellos y ellas saben a quién me refiero-, les doy las gracias por compartir sus momentos conmigo. A los que están ya en tierra -digo lo mismo que en el caso anterior-, que me ayuden en esta nueva andadura. Y, a los que ya se me han ido, no les pido nada por no agobiarles, pero si les digo que los llevaré en el corazón que es donde se guardan los buenos amigos.
A quienes tienen la responsabilidad de contratar, me gustaría decirles que si alguien no me hubiera dado las oportunidades que me fueron dando, jamás hubiera podido cargar mi bodega. Miren a los ojos a quienes tengan delante y analicen su capacidad para cargar sus bodegas. Vean en esas personas, más allá de sus niveles académicos, vean a candidatos/as a empaparse de lo que Uds. representen.
Si alguien lee esto y cree que puedo ayudarles en sus respectivas responsabilidades, no duden en localizarme. Estoy atracado en puerto, pero aún me siento con ganas de aportar.
Do you speak english?