Aunque siempre he vivido en Santa Cruz, los veranos los pasaba en un “pueblito” del sur de Tenerife. Allí, cada final de mes de agosto, se celebraban las fiestas patronales, y la gente se reunía en la plaza y en las casas, para festejarlo. La solemnidad de la procesión, se mezclaba con el ajetreo previo engalanando sus calles y rincones, y con el jolgorio que cada noche -a veces dos, otras veces 3- se organizaba con las orquestas de la isla. Pasodobles, rancheras, baladas y mucho de ¿bailas?, se daba en aquellos magníficos ratos.
Prácticamente, de la misma manera como se viene haciendo en la actualidad. ¿O no? Pues va a ser que no. ¡Las cosas han cambiado mucho!
En la época de la que hablo, -unos cuarenta años atrás- este tipo de actos tenía unas diferencias con lo que vemos hoy. Son diferencias que han venido con la transición política y, que alguien, ha sabido “vender” perfectamente.
En aquellos años, la organización de los actos a llevar a cabo, era gestionada exclusivamente por lo que se denominaba la “Comisión de fiestas”. Un grupo de vecinos, que normalmente, nacía en el entorno parroquial -las fiestas patronales tienen que ver mucho con el santo patrón- y que cada año solía ser distinto. Este grupo de personas era el responsable de decidir el programa festivo, de confeccionar el presupuesto que comportaría los actos a llevar a cabo y, sobre todo, de reunir el dinerito que haría falta para cubrir dicha previsión económica. No era una labor fácil de realizar y siempre se estaba en la sensación de andar a los pies de los caballos. Si todo salía bien al final, perfecto; pero si la gente no salía satisfecha, entonces tocaba soportar las críticas durante mucho tiempo. Más o menos, hasta que se formaba la siguiente comisión, que ya recibiría la presión anticipada del pueblo: ¡A ver cómo lo hacen ustedes!
La colecta era intensa. Pequeñas subcomisiones recorrían cada rincón de la isla donde se supiera que vivía la gente que se había ido del pueblo. En el caso de mi familia, esa visita recaudatoria, se recibía puntualmente en Santa Cruz -venir a la capital, por aquella época, era toda una odisea llena de curvas y más curvas- nadie podría decir que la labor de aquella gente fuera fácil, pero se llevaba a cabo con mucha eficiencia.
Con la recaudación ya, más o menos clara, se ajustaba el presupuesto y se procedía con las contrataciones. Las orquestas -en Tenerife, podrá faltar un repuesto para el coche pero, grupos musicales, no-; los fuegos artificiales, o voladores; compra de material para adornos y poco más. Naturalmente, los integrantes de la comisión, no cobraban por su trabajo. Y quienes colaboraban en el adecentado y limpieza del pueblo -todos sus habitantes-, lo hacían desde el talante de “arrimar el hombro”. Lo recaudado en la tómbola -rifas de utensilios que la gente del lugar donaba- creo recordar que era para cubrir los gastos de los adornos de la Iglesia y para algún donativo para el santo o la santa.
El resultado de todo ese trabajo, tan extraordinario como gratificante, era evaluado en los propios días de la celebración. ¡Se ve que este año la Comisión ha trabajado de lo lindo! ¡Dos noches de orquesta! ¡Veinte minutos de voladores! Pasados los días y como se ha dicho, los comentarios persistirían; tanto fueran positivos, como negativos.
Este proceso, llegó a su final, el mismo momento en el que la parte política comenzó a tomar cartas en el asunto. Hasta el año 1978, teníamos otro funcionamiento donde lo político se entendía de forma distinta a la de hoy. La realidad es que cuando regresé al pueblo, ya de adulto y después de haber estado ausente de las fiestas durante una buena cantidad de años, lo que me encontré fue algo absolutamente distinto. Cambios contundentes y que rezumaban derroche a tutiplén. ¿Gala de reina de las fiestas en un pueblo que en realidad era un barrio de un Municipio? ¡Antes, ni por asomo! Para la gala de elección, no recuerdo si el artista invitado era Raphael o Manolo Escobar o uno de similar caché. ¿Artista invitado, además de la orquesta para bailar en un pueblo que no ha dejado de ser un pequeño rincón del sur de Tenerife? ¡Con el sistema antiguo de recaudación puerta a puerta, ni de coña! ¿Fuegos de artificio -ya no se trataba de los voladores clásicos- con tiempo hasta para cansar? ¡Si se paga con dinero ajeno -el de todos, o el de la lata del gofio-, Tal vez!
¿Qué había pasado?
Pasó lo que irremediablemente ha ido pasando en todos los rincones de nuestro País. Las fiestas habían dejado de ser del pueblo, para el pueblo. Las riendas habían cambiado de manos. El peso de la gestora, ahora, recae en la concejalía de cultura de cada Municipio. Eso en sí mismo no es malo si no fuera porque, entre otras cosas, las fiestas se han ido convirtiendo poco a poco en una herramienta en manos del grupo político de turno. Yo no tengo los datos estadísticos, pero habría que analizar si el nivel de gasto en fiestas, aumenta a medida que se acerca el año de elecciones. ¿Las fiestas requerían de galas de elección de reinas, damas, reyes o lo que se terciara? Claro que no. Al menos, las que yo recuerdo vivir, se gozaban con intensidad sin gastos innecesarios.
El pueblo elige a un grupo que gestionará el dinero público y éste lo gasta, entre otras cosas, en darle a sus electores “pan y fiesta”. Si el propio pueblo, encima, aplaude. ¡Pues para el año siguiente, más de lo mismo, que eso funciona! Es así de sencillo. Por ejemplo, ¿cuántas bibliotecas públicas, bien dotadas de bibliografía y medios informáticos, se han creado en cada uno de esos rincones de España, donde se emplea el dinero en macro fiestas en nombre de la “cultura”? ¿Tienen todos los pueblos dispensarios sanitarios para primeras atenciones médicas o para curas de pequeño o mediano nivel? ¿Existe botiquín farmacéutico en todos los pequeños pueblos? ¿Están todas las necesidades básicas cubiertas allí donde se gasta dinero público en fiestas populares? ¿Se tiene conciencia que el dinero que se gasta en esos magníficos festivales conmemorativos de San político bendito, emana de los impuestos? Como dice un amigo mío, ¡no hay más preguntas, Señoría!
Hay que convencerse de un hecho indiscutible: las fiestas han dejado de ser del pueblo y ahora son, simplemente, en el pueblo. Cuando se corra el riesgo de que doña “cordura” enseñe las orejitas, los políticos de turno, traerán a la mismísima “Chanel” -o artista de actualidad- y volverá “la mula al surco”.
Una gran muestra de lo que se apunta, son nuestros carnavales. Donde se ha pasado desde un antes de fiestas de espontaneidad popular en la calle, a un después, con todo “patrocinado” y por tanto organizado desde el Consistorio: murgas convertidas en coros, galas propias de grandes musicales y pool de excursiones controlando la asistencia de turistas y especialistas de prestigio para dirigir las galas. Lo dicho: “Desde el pueblo para el pueblo”, a “desde la política, para el voto”. Puede que no sea “tan así”, pero yo lo siento de esa manera.
¡Todo lo que sea necesario, para llevar “la cultura” al pueblo!