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Viajar por un parque de atracciones

Por José Luis Azzollini García
lunes 08 de enero de 2024, 12:11h

La primera vez que pisé un parque de atracciones, fue en el siglo pasado; allá por el año 1976. Me encanta hablar del siglo pasado, sin tener que preocuparme de que se me caiga la dentadura. Tenía yo unos dieciocho años y fui a casa de mis tíos que vivían en Barcelona. Mi primo me llevó primero al “Montjuic”. Descubrí lo de la montaña rusa y como controlar los esfínteres para que no sucediera nada que no tuviera que suceder. Para mí la cuesta más pronunciada por la que me había dejado caer, era por el pasamano de la escalera de mi casa en Tenerife. Cuando pasaron los días, visitamos también, el parque de atracciones del “Tibidabo”, otro de los montículos que rodean la ciudad condal. Allí, nos subimos a una atracción que llevaba, si mal no recuerdo, el nombre de “El ratón”. Era algo así como otra montaña rusa, solo que en ésta, el carrito en el que viajábamos, hacia una curva en un plano horizontal, con tal rapidez e imprevisión, que daba la sensación de que ibas a salir despedido al vacío. Una sensación parecida a la nalgada que me llevaba cuando me trancaban sobre el pasamano que señalé hace unas líneas. Después de aquella época, pasaron muchos años, antes de que volviera a meterme en otro parque de atracciones. Vinieron los hijos y, con ellos y unos amigos, visitamos algunos de los más modernos: “Port-aventura” en Tarragona y el de “La Warner “en Madrid. Después de esas visitas, no han venido más. Ésto sería una realidad, si no cuento las peripecias que debemos de pasar quienes volamos por distintos puntos del País y visitamos sus aeropuertos y puertos.

Recientemente, acabo de llegar de un viaje a la península. Pasamos la Nochebuena por “los madriles” para estar junto a mis hijos, nuera y, por supuesto, al nietito que nos llegó en diciembre. Los tickets para poder disfrutar de todas las atracciones que nos pudiéramos encontrar en esta visita, los adquirimos en octubre, por aquello de conseguir unas entradas “prioritarias”. Lo hicimos así, pues fue lo que se nos recomendaba desde el mismísimo centro de nuestra cuenta corriente. De no haberle hecho caso, el mismo viaje nos hubiera costado “un ojo de la cara y la yema del otro”.

La sola operación de auto-emitir los billetes de quienes íbamos desde Tenerife, era una pequeña aventura, “on line”. Navegas por un mar de circuitos, ojeando las posibilidades que te ofrece el abanico de portales que muestran su interés en que emitas tu viaje con ellos. Al final, nos decidimos por Iberia, aunque resultó ser que con quien volaríamos sería con Iberia exprés. Y, a partir de ese momento, tu contacto será esta segunda compañía, que es lo mismo que la primera, solo que para ofrecer una tarifa más decente, se hacen llamar de esa otra forma. ¿Volarán dos aviones distintos? ¡Que no! Vuelas en el mismo. Es más, en el panel de salidas de los vuelos de las pantallas del aeropuerto, aparecían como tres o cuatro compañías que volaban en el mismo aparato que nosotros. ¡Da igual! Son cosas del transporte aéreo y lo aceptas sin rechistar.

Para que te vayas entreteniendo, Iberia, te pone a tu disposición el divertido mundo laberíntico de: “en busca del precio ideal”. Cuando ya tienes elegido el día, has de decidir la hora y para ello has de pensar en lo que te encontrarás a tu llegada a destino: que no haya servicio de metro; con una salerosa huelga de transporte público; taxistas malhumorados; etcétera. Y, cuando crees que ya lo tienes y vas a pagar la factura, ¡Zas! Preguntita: ¿Quiere añadir una maleta extra? ¡No! A veces piensas que las máquinas son inteligentes, pero no lo son tanto, pues la vuelta estaba a solo a dos días de la ida y no éramos la familia “Piquer”. ¿Desea adquirir un seguro por si le pierden el equipaje? ¡No! Te hacen dudar; porque quien se responsabiliza de tu equipaje, te pregunta si deseas hacer un seguro que cubra algo que no descartan en absoluto. Bueno ahora sí: Todo listo. ¡Todo listo UNO, Las narices DOS! Has de seleccionar el asiento y para eso se te abren varias posibilidades que van desde la comodidad de un sillón con orejeras, hasta un asiento con incrustación de las rodillas del vecino de la fila de atrás. Te resignas, pagas lo que se te antoja -a esas alturas ya ni miras- y ¿listo? ¡Aún no has llegado al parque de atracciones y ya estás medio “enfofernado”[1]! Te falta disfrutar algo más. Llegas al aeropuerto, con tiempo para sortear la yincana por dónde has de pasar, y una vez allí, te pones en una cola por donde en varias ocasiones, irás saludando a la misma gente que hasta, minutos antes, iba delante de ti caminando en el mismo sentido; pero que, pasado un ratito, la verás que vienen como de regreso por otro pasillo marcado por unas cintas dispuestas a modo de “corredor ovejero”. Llegas al mostrador, entregas tu documentación y un amable caballero, te pregunta si deseas facturar la maletita pequeña pues en el avión puede que no quepa. Le comentas que no es necesario y ya puedes seguir. Te dan la tarjeta de embarque y te diriges hacia el circuito de los tornos, llamado así, porque para acceder a la zona de seguridad has de pasar por ese tipo de artilugio y posteriormente por el “aro” -llamado literalmente de esa forma, tanto por ser un arco, como porque lo controlan personas que “solo a veces” piden las cosas por favor- ¡Pongan todo en las bandejas, cámaras, cintos, relojes, etcétera! ¿Me he de quitar los zapatos? ¡Pongan todo en las bandejas, cámaras, cintos, relojes, zapatos, etcétera! Aliviado de tanto peso como llevabas encima, pasas el filtro y recoges todo al final de esa cinta para dirigirte -salvo que te hagan pasar por un control “aleatorio de estupefacientes o lo que ellos digan-” a unas mesas grandes donde vuelves a recomponer el puzle, pero ahora, sin el espejo de tu casa. Piensas que el ticket de entrada no dará para más y llega el momento de hacer el tour comercial por la zona de compras que tan amablemente ha dispuesto AENA para todas las personas que nos apuntamos -por necesidad- a usar sus instalaciones aeroportuarias. Cuando estás dentro del avión, te percatas que sí que había espacio para el equipaje de mano pues, si no fuera así, no se comprenderían cómo han dejado entrar los maletones que ves pasar por aquel estrecho pasillo, con la complaciente sonrisa de sus siempre agradables azafatas. Exactamente con la misma sonrisa, que te dicen que si compras algo de beber o comer, has de pagarlo, únicamente, con tarjeta, pues no admiten efectivo. En Iberia al menos, la moneda de curso legal española no se admite. ¡Cosas de los modernos parques de atracciones! ¿Será legal la medida?

Al regresar desde Madrid, lo harás por una de las sucursales del Parque AENA, donde la atracción más potente es la del “Hágalo Usted mismo”. Desde el “checkin”, hasta pegar la etiqueta en la maleta, será cosa tuya. Por lo que si no te llega el equipaje a destino, a reclamar al maestro armero. La huelga de estos días, nada tendría que ver. El resto, incluyendo los recorridos ovejeros, son iguales. ¡Qué bonito es conocer los nuevos parques de atracciones!

[1] Enfofernado.- Palabro que me invento para designar un estado de enfado de grado supino y cuya raíz sería algo así, como: “en”(preposición que indica modo) “foferno” (nombre comercial de un veneno usado en el campo, y en este caso como verbo “envenenar”) “ado” (sufijo usado para expresar la acción del verbo).

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