La alternativa es un gobierno PP-Vox o la amnistía. Esta parece ser la disyuntiva, pero la gran masa social de la población española no se encuentra identificada en este debate. Quiero decir que no ve su salud mental afectada por esta circunstancia. Son uno de cada cuatro los que se confiesan deprimidos por una situación de difícil superación, aunque en ese porcentaje hay que incluir a los que muestran una tendencia natural hacia la melancolía.
La encuesta que presentan El País y la cadena SER habla de que las cosas no se mueven entre los bloques y que, a pesar de todo, el PP sube hasta 146 escaños que no le son suficientes. Esto podría significar que los riesgos no están en la amnistía ni en que la ultraderecha llegue a gobernar, en cualquier caso dos ficciones poco recomendables, sino en desmontar la opción de renovar un pacto progresista, al que Iván Redondo califica de hito histórico. Lo del independentismo y la plurinacionalidad pasa a ser algo subsidiario. Hay algo más desequilibrado que eso: la revisión de la Transición como un cierre en falso del franquismo y la resurrección de un fascismo sociológico que alimenta las urgencias de un cambio de régimen.
Hay una imagen contradictoria entre las confesadas lealtades institucionales y el acto de la jura de la Constitución por parte de la princesa de Asturias, con la ausencia de todas las fuerzas que van a apoyar la investidura del presidente en funciones. Contradicción que aumenta al ver los casi cuatro minutos de aplausos de los miembros de la cámara.
Puigdemont regresará a Barcelona jaleado desde los balcones y esta será la otra cara de lo que ocurre en Madrid, la demostración de la normalización que solo afecta a una parte del territorio nacional. Se habla del reconocimiento de España a Cataluña, pero es algo más que eso. Ya sé que el sentir de buena parte del nacionalismo se basa en recuperar la dignidad pisoteada por otra parte del pueblo español. Esto no se va a arreglar con la amnistía, porque la amnistía no está concebida precisamente para ese fin.
Es un problema de oportunidad política. Ahora todos somos catalanes igual que antes éramos andaluces. Los aceituneros altivos de Miguel Hernández, aquel semillero de votos socialistas que se perdieron asando una vaca con el dinero de los ERES. Hace unos años, desde la época de Zapatero todo pivota en torno a Cataluña. Quizá ese sea uno de los motivos por los que Susana Díaz perdió su feudo, y también lo que hace a Page abjurar de las decisiones de su partido.
Hoy la prensa se llena de intérpretes y exegetas que intentan explicarnos la situación sin conseguirlo del todo. Quizá abusamos de lo teórico y son los hechos los que mejor explican las cosas que nos ocurren. Pasa igual que con el idioma, primero surgen las palabras, esos impulsos nominativos que nacen de forma natural, y luego construimos la gramática. El único caso que conozco donde ha ocurrido al revés es el esperanto, y ya ven el éxito que tuvo.
Quizá habría que teorizar menos y recurrir a los hechos. Así podríamos llegar a entender mejor lo que nos ocurre. Dejar a un lado a Iván Redondo y su situation room y bajar a la calle para saber lo que piensa la gente. Entonces seríamos capaces de entender por qué le aplauden a Leonor los que van a pactar con los que queman las fotos de su padre. Estos son hechos. Lo demás son elucubraciones de salón.