Queridos reyes Magos:
¡Cómo me gusta escribirles! Aunque no me respondan, me encanta escribirles cartas llenas de peticiones. Pedirles para mí, como cualquier niño grande que mantiene el rostro de la ilusión, y pedirles para los demás, especialmente para aquellos que están cosidos a mi querer. Hoy quiero convertir en carta a sus majestades de Oriente esta página de opinión.
Lo primero es pedirles perdón. No está bien acordarse de ustedes solo una vez al año, y por estas fechas. No es muy lógico que despierte la ilusión en tan estrecho momento, cuando debe estar alimentando todos los quehaceres del año. La debida apelación al realismo no debe olvidar que cada proyecto, que cada iniciativa, que cada trabajo debe estar realizado con las ganas que ofrece las láminas de la ilusión. Por eso, por la ausencia de ilusión en lo que he hecho, les pido perdón. Que por pedirlo no quede.
Les pido, en segundo lugar, la alegría que produce conocer la verdad de lo que ocurre. La damos por sentada y, por este darla, nos fiamos de lo que nos han ido diciendo aquellos que llaman expertos y saben de virus y de pandemias. Pero andamos un poco enredados en la tela de una araña de informaciones contradictorias. Queremos hacer las cosas bien, pero nos asaltan muchas dudas. Recuerdo a uno de mis mejores profesores que ante cualquier pregunta extraordinaria que hacíamos, y él desconocía en su respuesta precisa, nos respondía que de eso no tenía todos los datos y que nos respondería mañana. Así lo hacía, dándose tiempo para estudiar el tema y dándonos tiempo para asimilar que su humildad lo hacía grande. Porque amaba la verdad.
Sigo pidiendo; les pido que se lleven al oriente más lejano la crispación in-fraterna que se ha estado instalando entre nosotros. Saltamos a la primera y respondemos como si ya estuviéramos cansados de esas preguntas. Tenemos reacciones desproporcionadas a las causas que se nos muestran. Seguro que tiene alguna explicación socio psicológicas después de tanto miedo, tanto aislamiento, tanto híper protecciones encomendada a nuestra responsabilidad. Nos hemos distanciado de los otros no solo físicamente, sino hasta afectivamente. La distancia ha venido desde el efecto del cuidado, pero no desde la reacción del aislado.
Te pido también algún juguete que entretenga nuestra hiperactividad desbocada. No todo es hacer, hacer, hacer. Mientras vamos de camino, mientras tenemos entre manos alguna grave tarea, deberíamos descubrir los pliegues del gusto por hacerlo. Como cuando se estrena un juego y disfrutamos con la sencillez de su montaje y la fluidez de su dinámica. Aunque la vida no es un juego, solo se vive bien disfrutando de la seriedad de la vida y conteniendo la respiración por conseguir que las piezas encajen.
Y por si acaso les queda espacio en algún rincón de la joroba del camello, termino pidiéndoles para todos los lectores la paz interior de descubrir el sentido de la vida. Esa paz sin la que no se pueden evitar las guerras entre pueblos: las guerras gordas y las guerras flacas. La paz personal que es fuente de la paz social. Esa que se construye desde la educación, el trabajo y el diálogo.
Se despide, esperándoles con ilusión, quien suscribe la presente.