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El sofagate de Ankara

viernes 09 de abril de 2021, 10:47h

La Unión Europea consiguió humillar públicamente, durante dos horas y cuarenta y cinco minutos, a todas sus ciudadanas con motivo de la reunión entre el sátrapa turco Recep Tayyip Erdogan y los presidentes de la Comisión y el Consejo Europeos, Ursula Von der Leyen y Charles Michel.

Que Erdogan es un tirano misógino dispuesto a conducir a su país a la Edad Media ya lo sabíamos. Que sus servicios de protocolo tratarían de menospreciar a la presidenta de la Comisión, era previsible.

Lo que realmente me escandaliza como ciudadano europeo es que los máximos representantes de la Unión fueran cómplices activos del intolerable desplante machista de Erdogan.

Bélgica, ese pequeño país creado artificialmente de restos de los Países Bajos y de Francia en 1832, con una monarquía de opereta, y cuya contribución a la historia continental se resume en los cómics de Tintín y en la versión más sanguinaria del colonialismo africano, capitanea muchas instituciones europeas, en las que está enormemente sobrerrepresentado en proporción a su población -apenas once millones y medio de habitantes-, por motivos esencialmente geográficos. Ello explica que presida el Consejo de jefes de Estado y de gobierno de la Unión, con su exprimer ministro, Charles Michel, al frente.

El belga Michel, que ya debería haber dimitido, fue colaborador necesario del ninguneo público a la máxima representante de la Unión en Ankara, al tomar asiento junto al turco y tolerar que fuera relegada sin saber qué lugar debía ocupar; si permanecer de pie, si abandonar la sala o si, como finalmente hizo, sentarse en uno de los amplios sofás, situados a varios metros de los sillones ocupados por Erdogan y Michel, mientras los dos machitos hablaban de cosas de hombres.

Que el presidente del Consejo Europeo no tenga aún claros los valores que representa, atestigua, una vez más, que esta Europa sigue siendo solo una comunidad de mercaderes y de intereses económicos sin alma alguna. Si los negocios lo demandan, tratamos a las mujeres como a cosas, que es algo que pone muy palote al otomano, mientras discutimos con él cuestiones geoestratégicas, infame pretexto que Michel tuvo la poca vergüenza de esgrimir horas después para justificar su profunda estulticia.

La cuestión no es la de un simple desaire o de un "error de protocolo", como argumentan -mientras se descojonan de nosotros- desde el gobierno turco. El problema es la imagen de la mujer europea que transmitimos a nuestros jóvenes. Si es necesario, se la envía a la cocina o al serrallo, mientras el cenutrio belga sigue compadreando con el dictador asiático de frustradas ínfulas europeas.

Turquía es una dictadura sanguinaria en la que los derechos humanos han experimentado un retroceso sin precedentes en los últimos años, alejando cualquier posible pretensión de integración en una Europa que cada vez le es más ajena. Pero Alemania, principal motor de la Unión, sigue teniendo enormes intereses allí, comenzando por los ocho millones de alemanes de origen turco, lo que quis ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽uiopa que cada vez le es mble pretensioiendo enormes intereses alln -mientras de descojonan de nosotros- desde el gobizás ayude a explicar por qué Von der Leyen tragó con la humillación pública a la que fue sometida, pasando por alto el dato esencial de que, en ese momento, encarnaba a todas las europeas y los valores que Europa representa.

En cualquier caso, esto no puede quedar así, ni en unas simples disculpas por parte de Turquía -que, además, no se producirán-, ni en los falsos lamentos de Charles Michel, cuya mala relación con su colega alemana es un clamor.

Si esta Unión ha de servir de veras para algo más que asegurar el libre comercio, es bien hora de que se note.

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