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Urnas pandémicas en Catalunya (1)

Por Jaume Santacana
miércoles 10 de febrero de 2021, 04:00h

No se me da nada bien hablar o escribir sobre política en público. Suelo estar bien informado, modestia aparte, sobre el acontecer político, así, en general, y me lo paso fetén, de vez en cuando, polemizando con amigos, familiares o conocidos de primera mano. Me da lo mismo, que lo mismo me da, las respectivas posiciones ideológicas de cada uno de mis interlocutores. En mis diálogos relacionados con la política, el respeto por las distintas variedades que se ofrecen encima del tapete discursivo es total y absoluto; por muy alejadas que se encuentren las opiniones de mis contertulios. Procuro, en todo momento, escuchar con delicadeza los argumentos y las posiciones personales que brindan mis colegas de pareceres, por muy contrastados que estos sean. A mi vez, me complace enormemente observar como ellos, los otros, guardan también la debida consideración con mis razonamientos.

Dicho esto, me veo algo así como obligado (aunque, en realidad, nadie me obligue) a destacar alguna de las peculiaridades que presentan estas rarísimas elecciones catalanas, en este febrero febril, cruel y ruinoso que nos ha tocado vivir a causa de la miserable Covid que no cesa.

Voy a tratar el tema -superficialmente, como es mi estilo, lo reconozco- bajo dos puntos de vista: el logístico y el estrictamente político. Para empezar debo reconocer el inmenso error que ha representado para con una sociedad “enferma” y aniquilada económicamente, el hecho de que la fecha de votación haya sido impuesta por la judicatura; me parece una vergüenza que unos determinados jueces dicten las (im)pertinentes órdenes dejando de lado las opiniones mayoritarias de todo el estamento científico y sanitario que, bajo una mirada profunda y profesional, consideraba una sandez no esperar a qué la situación mejorara para su celebración.

Resulta que hay que tener en cuenta que la población tiene miedo y, este factor, resulta decisivo en la correcta realización de una jornada de estas características. Los síntomas predictivos se están cumpliendo: una cuarta parte de las personas llamadas a ejercer de “autoridades” en las mesas electorales han presentado alegaciones (médicas, muchas de ellas) que les permita obviar su situación. Miedo y realidades personales o familiares. De nuevo la justicia -en este caso de las juntas electorales de zona- pasa por encima de la ciencia médica o de la lógica estructural. Otrosí, más de trescientos mil censados han decidido votar por correo: otra manifestación de pánico escénico. Si a esto le añadimos decisiones tan absurdas como un horario definido para que voten, presencialmente, los “infectados”, no hay más que hablar; estamos en el mundo de las irracionalidades descabelladas. Si todo este festival no es raro, ya me dirán...

Bajo el prisma de la política stricto sensu, la situación actual (a unos días de la votación) es escandalosamente caótica: más que nunca, los posibles resultados no permiten augurar ninguna posibilidad de formar gobierno (la próxima semana, en un segundo artículo, les cuento y veremos si me equivoco o no). Parece, o eso parece, vamos, que hay tres fuerzas políticas que se van a disputar, si no la hegemonía, por lo menos, la victoria en número de votos, que no es lo mismo que en escaños. Junts per Catalunya (el siempre hábil y astuto Puigdemont, que acaba, casi siempre, sacandose un as de la manga); Esquerra Republicana de Catalunya (con un Junqueras estigmatizado por la injusta cárcel pero, precisamente por esto, elevado a una categoría de “mártir útil”); y, en tercer lugar -que no quiere decir en tercera posición final- el PSC-PSOE (más PSOE que nunca a partir de la jugada maestra de Sánchez al intercambiar al sufrido y desgastado Iceta por el telegénico Illa). Por la parte de abajo es muy posible que las cosas vayan de otra manera: Ciudadanos (probablemente, a partir de ahora “Pocosciudadanos”, puede sufrir lo que viene a ser una hecatombe, o sea, la caída del Imperio Romano y el Califato de Córdoba; dos en uno); los Comunes y la CUP (se van a quedar allá donde estaban, más o menos); Vox (la segura entrada de la ultraderecha va a ser un golpe sonado en el Parlament); el PP (a los pies de VOX, con un éxodo demoledor y sangrante para Casado); y, finalmente, el PDECAT (un expresidente Mas, refugio inteligente de lo queda de la Convergencia más pura, que no se sabe si va a conseguir entrar en el hemiciclo... o no).

Visto lo visto, y con esta perspectiva general queda suficientemente claro que no será nada fácil intentar evitar una repetición de elecciones. Es cierto, sin embargo, que la clase política, en ocasiones, tiene el sobrado morro como para pactar (ese es el verbo preciso) con el diablo. Ante esta probable posibilidad, habrá que olvidar todo aquello que se ha dicho durante la campaña en contra de todos contra todos (el clásico vociferio del “yo les prometo que nunca voy a copular con -y aquí, todas, todas las siglas en liza).

Lo más fácil (y parece imposible): gobierno repetido de las dos almas enfrontadas a matar, Junts y ERC; o, en su caso, un tripartito entre PSC-PSOE, Comuns y ERC, lo que se viene en llamar un gobierno de izquierdas progresistas.

El próximo miércoles les prometo una respuesta a todas estas disquisiciones. O me quitaré el sombrero (si acierto) o me lo hundiré hasta las orejas si, todo lo escrito, ha resultado ser un fiasco.

Suerte y al toro.

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