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El vacío estado de bienestar

Por Francisco Gilet
miércoles 10 de junio de 2020, 05:00h

Octavio Paz lo afirmó en 'Itinerario': “En las sociedades democráticas modernas, los antiguos absolutos, religiosos o filosóficos, han desaparecido o se han retirado a la vida privada. El resultado ha sido el vacío, una ausencia de centro y de dirección. A este vacío interior, que ha hecho de muchos de nuestros contemporáneos seres huecos y literalmente desalmados, debe agregarse la evaporación de los grandes proyectos meta históricos”.

Y, de pronto, leyendo la afirmación surge la respuesta: el vacío se llama 'estado de bienestar', no estado de ser, no estado de mejorar, no estado de competir, no estado de crecer, no, estado de bienestar. De no sentir dolor, de no experimentar compromiso, de no aspirar a la excelencia, de no alentar preocupación por el mañana, de no mirar más allá del hoy, y a lo sumo de la noche.

Una rara avis (con todo respeto) aludía a la sola preocupación de los políticos por las elecciones, y nada más. La clave: son políticos, no estadistas como Churchill que trabajan por y para la nuevas generaciones. Esa es la gran diferencia que estamos sufriendo y que sufrirán nuestros hijos nacidos en los setenta y ochenta, y por descontado los nietos y, quizás, los bisnietos. Deuda publica acercándose al billón de euros puestos en manos de políticos que incrementan el déficit, que gastan el dinero en más ministerios, más Secretarias, más Directores, más Agencias, más asesores, más nepotismo en favor de esposos, esposas, parejas, amigos de cancha, amigos de pupitre, hasta inventarse una función para colocar al supuesto talento.

Estamos poniendo en manos de despilfarradores miles de millones de euros que se destinarán no a crear empleo, no a crear empresas, no a incentivar emprendedores, no a ayudar al talento, sino a colocar a más y más amigos y contertulios y compañeros y parientes. Es la urdimbre que precisa el político ególatra, mediocre y engreído para sentir en sus venas que ha alcanzado el poder. El poder absoluto. El poder que va extendiendo a todos los órdenes, ambientes, sectores, instituciones y ámbitos de la sociedad.

No hay límite para esa clase de político que rige su conducta por una obsesiva meta: alcanzar el poder, mantenerse en el poder, perpetuarse en el poder. Para él no existe el ciudadano; solamente cree en el votante, en el elector, en su adhesión o su embeleso o su sumisión clientelar, y a ello encamina todos sus pasos y los de su cohorte de aduladores. Para esa clase de político, puramente electoralista, no existe la incentivación del ahorro, ni del emprendimiento, ni una escala de valores, ni el enraizamiento de unos principios éticos, morales. Para él solamente existe ese "vacío" mencionado por Octavio Paz, el cual desea rellenar, al modo keynesiano, con más Estado, más burocracia, más presión fiscal, más adoctrinamiento, más sectarismo, más comisarios y, por encima de todo, menos libertad.

Para ese político mediocre, ególatra y engreído, la libertad personal es un problema que hay que erradicar bien mediante estados de alarma, bien con implantación de lo público, bien con diarrea normativa supuestamente reguladora de la vida, bien con ideologías elevadas a altares sin verdadero nacimiento social, bien con manipulación de la verdad y la machacona exposición de la mentira, bien tergiversando el bien con el mal hasta convertirlo todo en relativo, bien arrinconando las creencias personales al ámbito privado, bien expandiendo lo políticamente correcto según su conveniencia.

Octavio Paz, el escritor y político que mientras en su juventud anarquista presumía “Yo me identifiqué con la gente de izquierda”, ya al final de su larga vida clamaba contra la vulneración de los derechos humanos en los países comunistas, al tiempo que anhelaba un mundo en el cual las figuras intelectuales, brillantes, volviesen a fulgurar y ser reconocidas como necesarias por la sociedad.

Y tal reclamación surca por nuestro país, en el cual hay un ministro de cultura y otro de universidades y otro de ciencia, completamente inanes e ignotos en sus nombres y en sus obras para unos ciudadanos que se preguntan qué están haciendo, dónde están los herederos de Severo Ochoa, de Menéndez Pidal, de Ramón y Cajal, de Pio Baroja, de Casona, de Berlanga, de Umbral, de Bahamontes, de Rosalía y de tantos otros que rellenaron el surco de su vida con dedicación, esfuerzo y trabajo útiles.

Y a ello añadieron un adorno hoy prohibido: hicieron lo que consideraron correcto, valorado, personal, sin que lo políticamente correcto tuviese mínima influencia. En cambio, hoy, la libertad personal debe conjugarse con lo políticamente correcto fijado por una superioridad que se ha auto instituido juez y diosa de todo ser. Y de las potencias de tal diosa surgen maldiciones y condenaciones que alcanzan hasta la vida social, la creencia personal y la ideología política. Lo ajeno es anatema para el endiosado político que se ha instituido como exclusivo detentador de la verdad política, sociológica y moral. Fuera de él todo es maldito, recriminable e incluso enclaustrable en la peor de las mazmorras. O riges tu vida por las normas emanadas del Poder Supremo, el Partido, o te quedas marginado en el lumpenproletariado más profundo de la sociedad. Este es el camino al cual nos conduce mantenernos en el vacío de Octavio, vacío interior doliente y oscuro cuya única luz posible se encuentra en un haz de luz llamado esperanzada valentía.

Y, mientras tanto, como nos cuenta Amin Maalouf, “nuestras civilizaciones se agotan”. ¿Las razones?: la xenofobia, la intolerancia política y religiosa, el populismo, el individualismo y la insolidaridad del nacionalismo, el racismo. E Iglesias, cansino, simula ser un Obama explicando que debemos “canalizar la ira”…, a favor del partido comunista, naturalmente. Ni uno, Sánchez, ni otro, Iglesias, postran una rodilla en tierra por los 40.000 muertos españoles. Será que todos son blancos y del PP.

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