Hay diversos acontecimientos que no pueden causar sorpresa en un gobierno en el cual un seudo ministro va gritando que quiere que consumamos República, sin pasearse por Ifema, ni la morgue; y otra colega nos expende la receta de Argentina para salir de la crisis económica, al tiempo que, declama, que la economía no es cosa de expertos. Y rebozando todo ello, y más que nos saltamos, el lavado de manos de todos los comunistas por las presumibles muertes ocasionadas por el levantamiento parcial del confinamiento para poder acudir al trabajo. O sea, república, corralitos y confinamientos, esos son los ideales políticos de los socios comunistas de Sánchez. Y, entretanto, se lo montan legislativamente para iniciar el camino hacia la expropiación al más puro estilo bolivariano chavista.
Y mientras el país está en el top ten del número de muertos por millón de habitantes, se pretende la celebración de una cima para “arrimar el hombro” a fin de sacar de la crisis a la “patria”. Pero, obviamente, se trata de arrimar el hombro al del Presidente del Gobierno y no puede rebajarse a coger el teléfono y concretar una cita con el jefe de la oposición. Así hace política nuestro hombre, ocupante de la Moncloa. Y espera una respuesta afirmativa, entusiasta diríase, por parte de quien aguarda que no acuda para poder luego ponerle a parir y seguir con su ritmo de improvisación y asistencia de unos ignotos expertos, amen de unos empresarios tapados con el incumplimiento de la ley de Contratos Públicos.
A buenas horas se le ocurre al PP adquirir unos materiales no homologados por importe de más de medio millón de euros, y no mencionar, pese a decenas de preguntas, qué empresa fue la que estafó al gobierno, y este esconde el hecho y sus consecuencias. Si por el sacrificio de un perro se montó un san quintín, qué no se habría montado por 16.000 muertos.
Sin embargo, no acaba ahí el mundo de las sorpresas. Policías, militares, sanitarios, celadores y demás personal próximo al virus, luchan para conseguir una mascarilla, una bata o unos guantes, anhelando un test, mientras que las ministras no solamente tienen un test, sino que se permiten el lujo de gastarse 28.000 euros en mamparas anti-contagio en los 200 coches oficiales. Con un par y sin problema alguno. Y el pueblo encerrado, los niños encerrados, las iglesias cerradas, los comercios cerrados, los autónomos caminando hacia la quiebra, los parados que se anuncian llegarán al 20%, o sea, más de ocho millones. Es decir, el pueblo de luto y el presidente con corbata de colores. Para él no existe el dolor, ni la crisis, ni el paro, sino que es un gran infundio de la derecha, aupada por la ultraderecha. Dos colectivos que no son sino dos benditos arcángeles que ni baten las alas para no molestar.
Aun siendo todo ello grave, lo realmente lamentable es que, en estos momentos, el sentimiento, la sensación de tener gobierno es una pura falacia. Se improvisa todo, hasta aquello que se supone está meditado, como la reincorporación del lunes al trabajo en forma parcial. Ni saben organizar la distribución de guantes o mascarillas en forma más o menos efectiva y eficaz. Ello trasmite lo que en el trasfondo hallas en este gobierno: la nada.
Hace muchos, muchos años, un discurso era suficiente para convencer al auditorio de una idea, de un concepto, de una forma de vida. Y el motivo se hallaba en la propia certidumbre del orador. Hoy, horas y horas de plasma, páginas y páginas, estrategias y más estrategias, no son capaces de llegar a plasmar sentimiento positivo alguno en el receptor de tanto material. Y el motivo es sencillo; la nada no puede trasmitirse.
Son figuras que reciben instrucciones de movimientos, de andares, de modelado, de imposturas, de telegenia, y eso trasmiten, nada más. Y el pueblo, mientras trague, no hay problema. Y como levante la voz o lance alguna queja, inmediatamente es objeto del palo del insulto, de la descalificación y la amenaza del atentado contra la libertad de expresión, para caer en el delito de odio. Ese es el sino de un pueblo gobernado desde el social comunismo, loco por empesebrar a toda la ciudadanía. El método está ahí, a la vuelta de la esquina: la renta mínima. Convertir al trabajador en un siervo del Estado, al cual le deba vida y honor. Todo público, nada privado; nada de empresa, todo Estado; nada de competencia, todo precintado. Y por encima de todo ello, la tricolor, la república anhelada y ansiada.
Por esos mundos se pasea nuestro gobierno, sin mirar a los lados, no sea cosa que se entere que Grecia, Austria, Hungría, Polonia, Portugal, Taiwán, Corea del Sur, Alemania se adelantaron a adoptar las medidas que dos meses antes, en enero, ya recomendaba la OMS. Eso sería reconocer que su política ha sido la improvisación; su guía, la mentira; y su bandera, el fracaso. Esos son los regalos con los cuales se encontrará Casado el jueves próximo en la Moncloa. Igual tiene suerte y solamente se halla con un A-Z repleto de fraude