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Todo ha sido una broma

viernes 10 de noviembre de 2017, 04:00h
Carme Forcadell, la todavía presidenta del Parlament catalán, y cinco miembros de su mesa confirmaron ayer, en un forzado brote de sentido común, lo que era ya un secreto a voces, acallado únicamente por los alaridos de una minoría talibán a la que parece importarle un pimiento que su ensoñación haya terminado en pesadilla por indigestión: El procés era solo una broma del graciosillo de Carles Puigdemont -actualmente, de gira por Bélgica- que, rememorando a Eugenio y a su saben aquell que diu, acabó proclamando una independencia de mentirijillas cuyo único fin era tratar de engañar al pérfido Rajoy, al que corruptas meigas han protegido de tan artero maleficio.

Por el camino, esta independencia de la Srta. Pepis, nacida en la mente de un político mediocre como Artur Mas y viralizada por Puigdemont el temerario y sus huestes de descerebrados, se ha llevado por delante las ilusiones de centenares de miles de catalanes, más de dos mil empresas, algunas de ellas ciertamente emblemáticas, decenas de proyectos de inversión internacional, la paz social y familiar en el Principat, el afecto de muchos españoles hacia Cataluña, el famoso seny y, lo que resulta más paradójico, el genuino catalanismo, acorralado hoy en un mísero reducto del espectro político.

Costará años recuperar la idea de que ser catalanista no implica en absoluto alentar una secesión de España, ni abrigar fantasías absurdas que no puede apoyar en rigor ni un solo país u organización seria en todo el mundo.

El independentismo se ha estrellado contra la pétrea realidad y, de paso, ha dejado en la UCI al nacionalismo catalán integrador, al que ha envenenado a conciencia durante los últimos seis años.

Cataluña, más pronto que tarde, saldrá de esta, no tengo la menor duda, y quizás haya sido mejor que los soberanistas hayan llevado su delirio hasta sus últimas consecuencias, de este modo no quedará nadie que pueda seguir especulando con la vieja quimera de que siendo un estado independiente la riqueza iba a brotar de la fuente de Canaletas como el agua, para envidia de los malvados españoles, tan inferiores e ignorantes ellos.

Ahora podemos estar ya seguros de que, pase lo que pase el 21-D, Cataluña va a seguir siendo parte esencial de la España democrática que nos regalamos, tras casi cuarenta años de dictadura, en nuestra internacionalmente admirada transición. Cuanto antes lo entienda todo el mundo, antes volverá la maquinaria social catalana a funcionar como lo ha hecho siempre, de manera ejemplar y solidaria. Eso es lo que todos los españoles biennacidos deseamos.

Y los catalanes no tendrán, para ello, que renunciar a ninguna de sus señas de identidad, ni a su lengua, ni a su cultura, ni a su idosincrasia, que merecen toda la protección que proclama nuestra Constitución. Al contrario, son precisamente esas señas las que han contribuido desde hace siglos a construir una nación tan grande y plural como la nuestra, a la que, de vez en cuando, españoles de aquí, de allá o de acullá, tratamos de manera tan mezquina.
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