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Compatriotas europeos

viernes 11 de agosto de 2017, 10:31h

Uno de los fiascos achacables al mercantilizado proceso de construcción europea es el de no haber conseguido -honestamente, pienso que ni siquiera intentado- crear una conciencia nacional europea, algo que en países que contamos en su día con una apabullante mayoría de europeístas convencidos, nos hubiera costado creer veinte o treinta años atrás.

De hecho, nuestras sociedades -británicos, franceses, alemanes, españoles, etc.- han transitado en mayor o menor medida del europeísmo al euroescepticismo y, en muchas ocasiones, resulta complicado discernir si el desapego se refiere a la manera en que se ha venido gestionando la idea de una Europa unida, o si alcanza, por puro aburrimiento y desencanto, a la esencia misma del concepto. En pocas palabras, muchos ciudadanos de la Unión ya no saben si ésta les conviene, o siquiera si les gusta.

Esta Unión Europea, es una obviedad, se ha gestado desde la óptica de los banqueros y las grandes corporaciones, subordinando en todo momento los sentimientos y anhelos de los ciudadanos a los intereses estrictamente mercantiles, lo cual, dicho sea de paso, ha resultado ser de una torpeza extrema, porque seguramente al propio mercado le hubiera ido mucho mejor si los europeos, como los estadounidenses, nos sintiéramos parte de una misma gran patria, sin renunciar, como es obvio, a nuestra identidad específica, grande o chica.

Y al desencanto ha seguido el rebrote, aquí y allá, de los nacionalismos en su peor concepción, es decir, en aquella que viene cargada de reproches hacia lo exterior y que culmina -en Europa bien lo sabemos- con la xenofobia, el odio y quizás cosas peores.

No deja de sorprenderme, pues, que gente tan tierna -en términos de madurez vital- como la que encarna el rostro juvenil del soberanismo catalán haga suyos lemas, consignas y comportamientos propios de los movimientos totalitarios más rancios y repugnantes de la primera mitad del siglo XX. El odio al turista -extensión del odio al español y a lo español, cultivado machaconamente en los últimos decenios entre los nacionalistas catalanes- está genéticamente emparentado con una idea de superioridad racial o cultural. Quizás esta deriva sea socialmente inconsciente, pero los dirigentes independentistas no pueden alegar ignorancia, son, sin duda, gente preparada.

Cuando un soberanista desprecia a sus -hasta ahora, al menos- compatriotas españoles, achacando a éstos y a su supuesta torpeza intelectual y perfidia congénita todos los problemas que padece la sociedad catalana, sin saberlo, está repitiendo el mismo esquema argumental usado por el nacionalsocialismo alemán o por el franquismo frente a un imaginario enemigo exterior o, simplemente, hacia aquél percibido como diferente.

Por ello, resulta risible que los dirigentes del procés apelen, a menudo, a su supuesto europeísmo. ¿Cómo puede sostenerse una idea de unidad europea sobre la constatación de que ni siquiera son capaces de entenderse y resolver políticamente sus diferencias con quienes han compartido los últimos quinientos años y a los que les unen innumerables lazos culturales y de sangre? Me temo que si, a los soberanistas, los españoles en su conjunto, e incluso los propios catalanes no independentistas, les parecemos seres de tercera categoría, su comunión con suecos o húngaros tiene poco futuro.

Y esta reflexión viene avalada por los últimos acontecimientos surgidos al hilo de esta basura intelectual y política denominada turismofobia. El soberanismo ataca a una de las pocas expresiones populares de conformación de una identidad europea común, el turismo. Cuando se le dice a un alemán, a un sueco o a un francés que sobra, que no le queremos aquí, que no es bienvenido, que es el culpable de la saturación de nuestras carreteras y del encarecimiento de nuestras viviendas, estamos destruyendo, aún más que los burócratas de Bruselas, la construcción europea.

Sí, ya sé que formalmente muchos partidos nacionalistas han condenado las mamarrachadas de Arran y otros grupos de imberbes descerebrados, pero lo cierto también es que ideológicamente han ido creando el caldo de cultivo argumental para llevar a jóvenes fácilmente influenciables hacia comportamientos xenófobos.

Ignoro si es demasiado tarde para replantear el proceso de construcción europea, así como tengo la certeza de que la unidad de España costará todavía muchos disgustos y frustraciones, pero lo que tengo perfectamente claro es que cualquier movimiento fundamentado en el odio, ya sea al compatriota español o al compatriota europeo, está llamado al fracaso.

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