Al principio fue un Nuevo Orden, Neuordnung, después fue una Nueva Frontera, ahora es un Nuevo Orden Mundial el que se está implantando y se cierne sobre el hombre, disfrazado de buenos hábitos, buenas costumbres, amén de un humanitarismo, solidaridad e igualdad como instrumentos de un supuesto estado de bienestar completo y perfecto. Seguramente empezó todo mucho antes, pero aquella “alianza de civilizaciones” podría considerarse el vademécum del objetivo final; el ciudadano, perfecto hombre, perfecto dios, a la caza de la igualdad total, absoluta. Bienestar, igualdad, solidaridad, humanitarismo, discriminación positiva, tolerancia ilimitada, todos instrumentos supuestamente benéficos para una sociedad instalada en el escenario idílico de una tranquilidad, en el cual la esencia natural del ser humano se acomoda, y, en donde debiera haber humanidad, hay simple humanitarismo, en donde debiera haber caridad hay solidaridad, en donde debiera haber esperanza hay sumisión, en donde debiera haber amor, hay libertinaje.
En nuestros tiempos, la discrepancia con la norma, con lo establecido como políticamente correcto, es objeto de un “acribillamiento a multas y hasta cárcel”. La implantación del delito de odio, la inversión de la carga de la prueba para el omnímodo culpable, el asentamiento de una cruel presunción de culpabilidad para determinados supuestos, la creación de un bien supremo surgido de una ideología superior, son tenues ejemplos del orden imperante, mientras, en la cima de todo ello, un recóndito Felsenburg, como señor del mundo, maneja la humanidad, estableciendo el bien y el mal. En el NOM el ser humano es implantado en una sociedad que disfruta de un bien superior por el cual debe regir su vida cotidiana. Impregnado de una supuesta libertad, sus conductas y acciones deben acomodarse a las directrices emanadas de un espíritu superior que se ha auto proclamado líder supremo. Desde la cúspide, con un halo de supuesta democracia, establece qué y cómo y cuándo debe actuar el ciudadano. Educación, Sanidad, Justicia, muletas para recorrer el camino hacia la elevación del hombre como único ser supremo de toda la Humanidad. En la nueva religión la igualdad, la solidaridad y la tolerancia extremas, figuran como nuevos mandamientos. Perdida la sustancia biológica de toda nación en un mundo globalizado el hombre ya es el dios, los sacerdotes los políticos y los maestros los nuevos profetas. Resultado, la conciencia del individuo da paso a la conciencia colectiva de la masa, de la gente. Distinguirse dentro de ella es caer en el inicuo ostracismo, por mandato de ese ignoto señor del mundo.
Y, mientras ello acontece, si somos capaces de abrir los ojos con el brillo del decoro intelectual, afirmaremos que nos hallamos muy lejos de cumplir con los deseos de Aristóteles; “El buen estadista se preocupa de inculcar una cierta moral a sus ciudadanos, una disposición a la virtud”. Esa bondad reclamada por el filósofo se ve sustituida por la mediocridad imperante. Insignificancia que casa perfectamente con el acoso que deben soportar algunos hombres y mujeres desde el adversario, con ayuda mediática o forense, por la tenue razón de ser juzgados como políticamente culpables. De otro lado, mientras ideologías se promulgan como asignaturas obligatorias para el alumno — nada de optativa —, se suceden los ataques furibundos contra todo lo católico, sea familia, sea matrimonio, sea devociones, sean iglesias, fruto de un odio que no se considera, en este caso, delito por ningún periódico o forense. Nos hallamos ante el forzado olvido de todo cuanto pueda implicar un valor o ejemplo para las jóvenes generaciones, cegándolo con cemento, si es necesario, o con el improperio, el descrédito, producido desde la calumnia sin ningún escrúpulo. No es exagerado afirmar que el escuchar a determinados personajes — ensalzados desde los medios de comunicación exageradamente —, su exultante egocentrismo provoca la sensación que con ellos nació el mundo y desapareció el pasado.
Lamentablemente, esa nieblilla de relativismo, de buenismo, de humanitarismo, de condescendencia, lo va invadiendo todo, incluso a aquellas instituciones creadas para impartir caridad y no simple solidaridad. Mientras los fustigadores de ese NOM no cejen en su empeño y las otras fuerzas no levanten su estandarte, sin falsos prejuicios, sin apocamientos, haciendo uso de idéntico empeño y osadía para la defensa de sus creencias, de sus ideales, de sus valores, esa humanidad caminará hacia una colectividad adornada con la paz y el bienestar de la sumisión. Con tal adorno, se sentirá satisfecha en su estado de acatamiento en un NOM surgido de la mente de unos señores del mundo que, escondidos en sus paraísos particulares, contemplarán que han logrado su objetivo; el surgimiento de un mundo feliz en donde los hombres gozarán de la creencia de ser libres, seducidos por el gran placer de obrar al dictado de unos desconocidos e inicuos dictadores. Así, la democracia, un trasnochado desiderátum, se considerará una fantasía en la implantada felicidad del Nuevo Orden Mundial.
Aunque, siempre queda la esperanza y cabe gritar con Bob Kennedy; “Venid, amigos, no es demasiado tarde para buscar un nuevo mundo”.