Los desafíos que amenazan a la Unión Europea y las decisiones que tome en los próximos tiempos para afrontarlos definirán, para bien o para mal, el futuro, no solo de la unión, sino de la misma idea fundacional que, como ha escrito recientemente Joschka Fischer, antiguo vicecanciller y ministro de asuntos exteriores de Alemania, se basó en crear un orden europeo de paz basado en la integración, la cooperación y un mercado común.
Y este orden europeo está ahora sometido a presiones disgregadoras, tanto internas, con el auge de los nacionalismos y los populismos, como externas, derivadas de la decisión de Putin de devolver a Rusia su papel de potencia mundial, regresando a posiciones propias de la guerra fría y alentando un nuevo dominio ruso sobre la Europa del Este.
El “brexit” ha sido consecuencia de ese proceso de desafección de la idea de una Europa integrada y resurgimiento del nacionalismo, en el país que ya era desde el principio el menos entusiasta, el Reino Unido y, más concretamente, Inglaterra, ya que no se debe olvidar que en Escocia e Irlanda del Norte ganó la permanencia en la UE y en Gales, con un alto porcentaje de ingleses entre su población, se produjo un casi empate, pero el desmesurado peso cuantitativo de la población inglesa, más del 80 % del total según el censo de 2011, determinó el resultado final del referéndum.
El desencanto de muchos ciudadanos hacia la UE y el surgimiento de los populismos y nacionalismos se deben en gran parte a las nefastas políticas económicas, financieras y monetarias de la eurozona con las que se ha intentado hacer frente a la crisis que dura ya casi una década y que ha empobrecido a una gran parte de la población de muchos de los países miembros, especialmente los del sur de Europa. La inflexible política de austeridad impuesta por Alemania y otros países del norte, y la carencia de instrumentos comunes de compensación, como los eurobonos, ha resultado catastrófica para los países cuyas economías no eran suficientemente sólidas.
La llegada masiva de migrantes procedentes de Oriente Medio y del África subsahariana ha tensionado aun más la cohesión de la UE y la solidez de sus principios de solidaridad, acogida y refugio y ha supuesto un nuevo motivo de crecimiento de los nacionalismos aislacionistas, especialmente en los países del este.
En una época sin líderes dignos de tal nombre, de políticos mediocres, cobardes, mendaces y algunos venales, la UE se enfrenta a su propia supervivencia. Solo Angela Merkel aparece como una dirigente capaz de pilotar la unión, pero el deterioro de sus expectativas electorales provocado por la crisis de los refugiados, le obliga a mantener una postura discreta hasta las elecciones generales alemanas del año que viene.
Y a pesar de todas las presiones, la UE debe tomar en los próximos meses decisiones inaplazables, destinadas a corregir algunos de los graves errores cometidos en los últimos decenios.
En el tema del “brexit”, parece que el Reino Unido ha optado por una postura prepotente y despectiva. La negociación por parte de la Unión ha de ser firme e inamovible en el principio fundamental que cuestionan los británicos: no puede haber libre acceso al mercado único sin libre circulación de personas.
En el tema del euro se requieren soluciones flexibles que alivien la situación de los países más estrangulados, sin necesidad de volver a monedas nacionales, que como remedio sería peor que la enfermedad. El premio nobel de economía Joseph Stiglitz ha propuesto un especie de euro dual, más flexible para las economías más endeudadas, mientras se avanza en la convergencia de políticas económicas, fiscales y monetarias que permita solucionar el error inicial de la creación de la moneda única, que se introdujo sin la necesaria armonización previa.
Y en el tema de la indigerida ampliación al este, también parece que se podría optar por la Europa “a dos velocidades”, antaño anatema pero que ahora parece inevitable, en la que establecieran distintos niveles de integración, en el que los países más reticentes se pudieran sentir cómodos, sin renunciar en ningún caso al principio fundamental sobradamente repetido: el acceso al mercado único implica inexorablemente la libre circulación de los ciudadanos, con plenos derechos y obligaciones, de todos los países miembros (y de los asociados).