Estupor es la palabra de moda. La cosa viene por dos costados distintos: por una parte, a través de unas declaraciones de un juez del Tribunal Supremo que ha aplicado la palabreja asociada a lo que siente por el hecho de qué el exministro Ábalos, siendo imputado, no abandone su escaño en el Congreso de los Diputados, manifestación que, sin lugar a dudas, se podría haber ahorrado con toda naturalidad; y, en segundo lugar, también por otras declaraciones, -esta vez realizadas por un político, Alberto Núñez Feijoo, capitoste del PP- en las que comentó, sin demasiada vergüenza, que “estupor” era un adjetivo, cosa que es más falsa que un duro sevillano.. resulta que “estupor” es, ni más ni menos, un señor substantivo que significa asombro, pasmo, perplejidad, desconcierto.Pues bien, dicho esto, les quiero relatar una situación personal en la que, indudablemente, he sentido estupor. Les cuento: acabo de ver, en televisión, un partido de fútbol de primera división de la Liga española. Los equipos que jugaban no importan; podrían ser cualquiera de los que estan en liza en la actualidad en Primera División española.
No soy, excesivamente futbolero, así que el juego en si no me atrae demasiado, pero sí que me he fijado, especialmente, en los planos televisivos que el realizador de la emisión ha efectuado y seleccionado del público asistente en las gradas del estadio donde se jugaba el partido. Después de jugadas decisivas, goles, incidentes o dudas arbitrales, la televisión nos ofrece imágenes contundentes de parte del público; es decir, se enfoca a grupos determinados de aficionados que viven en directo la contienda.
Y ahí es dónde se produce mi particular estupor. He observado personas que, con sus posados casuales, sin imposturas previas, adquirían un aspecto terrorífico, una sensación de pavor ajeno, en las que mostraban rostros encendidos tanto de ira como de odio o, a su vez, de felicidad. Se trata de una porción de masa, de conglomerado humano cuyo comportamiento dista, y mucho, de cualquier situación de normalidad en la vida. Caras desencajadas, facetas de anormalidad manifiesta en sus reacciones ancestrales y primarias, mandíbulas batientes y desencajadas, ojos de virulencia recóndita, gestos disparatados, gritos despellejados...
La verdad, viendo cada una de estas imágenes he llegado a sentir estupor pero, sobre todo, miedo, terror. Me he asustado. Un cierto temblor ha invadido mi estómago al ver a seres humanos fuera de sí, como en medio del fragor de una batalla feroz y desacomplejada. No era más que un simple partido de fútbol, sólo deporte (millonario pero, al fin, deporte), pero daba la impresión de estar en medio de una lucha fraternal con lucha de insultos, euforias repentinas y odio, mucho odio hacia el contrario.
Las reacciones de una masa descontrolada siempre me ha producido un miedo atroz; el fanatismo colectivo puede llegar a ser maligno, peligroso, decadente y lleno de un vacío espiritual que no admite razonamientos, ni lógica ni nada de nada que ver con la cultura y la civilización.
Algunos rostros de aficionados me han llevado a recordar las más salvajes pinturas negras de Goya o, incluso, el grotesco semblante del cuadro de Munch, “El grito”.
No lo he pasado bien viendo esta retransmisión televisiva. No me ha quedado más remedio que, al finalizar, releer fragmentos de las “Ideas” del gran Montaigne e intentar reconciliarme con el mundo del raciocinio, de la calma, de la armonía y la cultura.
Y, ni así...!