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Domingo, mediodía

Por Jaume Santacana
miércoles 17 de septiembre de 2025, 11:42h

Como de costumbre, me siento en mi mesa de trabajo (la mesa de mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo) donde tengo instalado mi ordenador; en este caso concreto, mi desordenador. La felicidad de la rutina, cuando todo funciona correctamente, que no es el caso. La desesperación de la sorpresa y el compulsivo disgusto correspondiente cuando la normalidad no funciona.

La bestia -la máquina- no funciona; no quiere funcionar: no le da la real gana.

No admite mi contraseña de toda la vida (mi vida computarizada); pretende que se haya producido un olvido por mi parte (juro y rejuro la falsedad que representa su pregunta); no acepta la posibilidad de recuperar mi código y me brinda mil posibilidades de recuperar mi “olvido” o bien de iniciar un proceso de creación de una nueva contraseña… mil posibilidades que aborta -una a una- con saña injusta y una mala leche de vencedor por puntos.

Me rindo.

Ahora, me veo obligado a escribir este texto dominguero pulsando, con mi pulgar derecho (el único dedo que me es fiel en estos menesteres) sobre las diminutas teclitas de mi teléfono móvil que me brinda, generosamente, su mísero espacio en blanco.

Por seguridad, cada veinticinco palabras fotografío el texto y lo archivo en imágenes; más que nada por si mi proceso de escritura se cercena por el camino.

Un puro desastre y un enorme desatino: no hay manera de mantener el cerebro en funcionamiento para intentar desarrollar ideas y plasmarlas en letras y frases coherentes que se reflejen en un artículo normal y corriente; o brillante, si cabe.

Ha sido un triunfo de la tecnología y un espantoso fracaso de mi “yo” humano (mi persona, mi personalidad, por los suelos).

Para que luego salgan mentes preclaras y declaren que Dios no existe. ¡Vaya que sí existe!

Dios es Técnica Pura, Todopoderosa, Eterna, Influyente y Caudilla, Revanchista y Mala, muy Mala.

El cerebro humano ha sido derrotado.

¡Y mi amigo informático, en Marruecos, disfrutando de camellos y cuscús…!

¡Siento la tabarra!

Es mi desesperación.

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