Algo se hizo mal para que el nacionalismo canario no consolidara el espacio político y social que ocupaba en el segundo quinquenio de los años setenta. La sacudida social que produjo la irrupción de un movimiento nacionalista ilusionante, cercano y comprometido con la defensa de lo propio, atrajo la atención de las autoridades y grupos de intereses españoles con tentáculos en el Archipiélago.
En los albores de la democracia se entendían los nacionalismos de Cataluña y el País Vasco. Incluso el de Galicia. Pero nunca el de Canarias. El éxito espectacular que cosechó la Unión del Pueblo Canario en las primeras elecciones democráticas a ayuntamientos y cabildos, en abril de 1979, encendió la alarma roja en todas las estructuras del Estado. España no podía permitirse la pérdida de la última colonia que tenía en el Atlántico. Es verdad que buena parte del fracaso de aquel movimiento surgido tras la muerte de Franco cabe imputarlo a la falta de un liderazgo claro al frente del mismo, igual que a los egoísmos y deslealtades brotados entre nosotros, cada vez que los canarios teníamos que tomar decisiones sin la tutela de Madrid.
De otra parte, a las circunstancias citadas cabe añadir la habilidad con la que Adolfo Suárez, el primer presidente democrático del Gobierno de España, tendió puentes con los poderes fácticos del Archipiélago, celebrando aquí dos Consejos de Ministros y manteniendo una relación de proximidad con las autoridades y la sociedad de las Islas. Los poderes fácticos del Estado, unidos a la escasa empatía de los medios y grupos empresariales de las Islas con el movimiento nacionalista canario, tampoco favorecieron su consolidación. Por estas u otras razones, la realidad fue que, mientras catalanes y vascos ganaban presencia y fuerza en el nuevo esquema territorial de la España de las autonomías, las Islas quedaron relegadas como una comunidad más del régimen común.
En paralelo, con la pérdida de peso del nacionalismo ideológico, de vida centenaria y que había anidado en Canarias, las elecciones locales de 1983 marcaron el surgimiento de movimientos políticos municipales e insulares. Con mensajes muy sencillos, simplistas y de fácil comprensión, fueron calando entre la gente. Lo que inicialmente fue una vía para concurrir a los comicios sin el engorro de pasar por agrupaciones de electores, acabó dando pie a fuerzas independientes de los partidos estatales, tomando por bandera el pragmatismo y la defensa de lo propio: Tu pueblo, tu Isla y tu tierra por encima de todo. Con este sencillo esquema, de abajo arriba, han ido creciendo distintos partidos que priorizan la defensa de nuestra tierra, dando origen a lo que se ha catalogado como “moderno nacionalismo canario”.
Coalición Canaria, Nueva Canarias, Agrupación Socialista Gomera, Agrupación Herreña Independiente, Asamblea Herreña, Ciudadanos para el Cambio Canario o el partido impulsado en Gran Canaria por un grupo de alcaldes son ejemplos claros del nuevo movimiento popular puesto en marcha. Del mismo modo que en 1983 algunos calificaron a las Agrupaciones Independientes de Canarias (AIC) como un “sarampión pasajero”, aunque luego tuvieron que ver cómo se convertía en el embrión de un partido político, Coalición Canaria, con tanta significancia para esta tierra, hoy estamos ante un reto nuevo y colosal: Darle fuerza y dignidad a esta tierra.
En efecto, a través de su presencia y el voto en Madrid, Coalición Canaria ha logrado modular las decisiones arbitrarias e injustas del Gobierno del Estado con nuestra tierra. Pero hoy resulta imprescindible más fuerza en Madrid. Para los distintos gobiernos de España, no existen más razones que los votos necesarios para permanecer en el poder. Los ejemplos son claros: sumisión absoluta al PNV, Bildu, Esquerra y Junts. Es más. Esta última fuerza, con solo siete diputados, tiene sometidos a Sánchez y su Gobierno. Llegados aquí, no es que Canarias pretenda someter también al Gobierno de España. Se trata de exigir justicia y respeto con nuestra tierra. Es hora de poner en sintonía a todos los que defienden que nuestros pueblos, nuestras islas y el Archipiélago en su conjunto sean lo primero, recuperando en las Cortes Generales grupos parlamentarios propios. Canarias lo necesita de manera imperiosa.