Alguna vez pensé, hace mucho, antes de convertirme en un cronista de las pequeñas cosas, que algún día podría escribir un texto impresionante, que conseguiría modificar realidades o reparar algunos entuertos.
Nada de eso sucedió, he perdido la esperanza de consolidar una obra decente, y si sigo maltratando letras es porque, a veces, creo que puedo ayudar a alguien a trascender reflexiones que les duelen.
Y cuando eso ocurre, me analizo con complacencia, alegría que dura unos minutos nada más, porque me reafirma en la idea de que aquello que nos daña o nos hace padecer tiene una parte alícuota de culpa que no es ajena, sino propia.
Es como si fuéramos impotentes de solucionar nada. El cuerpo social se muestra paralizado, cautivo de las peores de las rutinas, que nos ha hipnotizado con la alienación televisiva o de las redes sociales, o los teléfonos, secuestrándonos la capacidad de criticar, reaccionar, oponernos, resistir ante todo aquello que está mal, ejercitándonos en la lucha contra lo injusto, aunque no nos afecte.
Esto viene a cuento porque hoy voy a contar la historia de una lectora, con dos hijos adolescentes, que estudian en un centro privado, que se anuncia con niños guapos, sonrientes, que aseguran, no las criaturas, sino quienes las usan: “De mayor será... Feliz.”
Es posible que así sea, atendiendo a los propósitos que anima al establecimiento: "Dotar a nuestros alumnos de las herramientas y competencias necesarias para afrontar con éxito su futuro personal, académico y profesional en un ambiente de afecto, respeto y confianza...”
El colegio del que hablo, privado, aconfesional, cobra unas cuotas interesantes, lo que le permite crecer, promocionarse, organizar viajes, vender uniformes, participar en campañas de imagen para demostrar que reciclan, que son sostenibles, y todas las demás cosas que hacen las empresas que se dedican a ganar dinero.
La historia de la lectora comienza con una carta: “Estimada familia: Les informamos que ya está disponible el formulario de inscripción para aquellas familias que deseen contratar el servicio de comedor escolar para los estudiantes que traen la comida de casa. Este curso disponemos de 10 plazas, por lo que recomendamos realizar la inscripción a la mayor brevedad posible… Este servicio incluye climatización, agua, pan, postre, microondas y la supervisión de monitores, garantizando un ambiente seguro y adecuado para los estudiantes durante el horario de comedor.
El coste mensual del servicio es de 45€ / mes por alumno/a y no podrá contratarse por días sueltos, salvo mediante la compra del ticket de comedor completo correspondiente…”
La destinataria tardó menos de un minuto en mandarme la respuesta: “Me gustaría que le hiciesen llegar este correo electrónico a los directores del centro. Mi nombre es XX, madre de dos alumnos de 15 y 17 años que se llevan comida de casa. El año pasado solicité permiso para que se les permitiera hacer uso de las mesas libres del comedor, y la respuesta fue pagar una cuota de 35 euros para poder acceder a un servicio que no solicitamos ( pan, agua, postre y monitores).
Este año nos vuelven a ofrecer el mismo servicio por un precio superior. Gestos como estos decepcionan y suscitan dudas. Los usuarios del colegio XL cumplimos escrupulosamente con las cuotas mensuales y de matrícula, porque es nuestra obligación. A priori creemos en el centro, y depositamos nuestra confianza en él. Pero pienso que se podría tener cierta consideración tanto con los alumnos como con sus familias. Si el comedor dispone de plazas libres no debería cobrarse una cuota argumentando que se les va a brindar agua, postre y "un ambiente seguro y adecuado" a alumnos que no lo necesitan.
Los alumnos de bachillerato, que pueden salir del centro en los recreos, hacen uso del microondas y de las mesas de un supermercado vecino de forma gratuita. Es un ejemplo de fidelización, pues muchos de ellos comen allí aunque lleven su comida y el supermercado lo permite, porque eso les genera futuros clientes.
Ustedes ya tienen fidelizados a esos clientes, deberían considerar seriamente el daño que les produce a su imagen este tipo de medidas…”
Y en este momento es cuando el automatismo de las atenciones al cliente, con la sensibilidad masacrada por la cuenta de resultados, se dedica a responder. Es la cátedra de los que “saben”.
“Hola, en primer lugar, le agradecemos que nos haya contactado para compartir sus inquietudes. Valoramos mucho la opinión de las familias que forman parte de nuestra comunidad educativa, y entendemos su preocupación respecto al uso de las instalaciones del comedor por parte de los alumnos que llevan su propia comida de casa.
Nos gustaría aclarar que la cuota asociada al uso de las mesas del comedor no es únicamente por los servicios adicionales (como el pan, el agua o el postre), sino también para cubrir los costos de mantenimiento de las instalaciones y el personal encargado de supervisar y garantizar que el espacio siga siendo seguro y adecuado para todos los estudiantes que lo utilizan…
Somos conscientes de que hay familias que prefieren que sus hijos lleven su comida de casa, y no es nuestra intención que se sientan en desventaja por ello. Apreciamos que las familias cumplen con todas sus obligaciones financieras, y trabajamos para equilibrar los costos de los diferentes servicios que ofrecemos, siempre buscando el bienestar de los alumnos. Le agradecemos nuevamente su mensaje y por confiar en el colegio XL. Si tiene alguna otra sugerencia o inquietud, no dude en ponerse en contacto con nosotros. Estaremos encantados de dialogar y encontrar soluciones que nos beneficien a todos…”
¡Necios! Así no pueden enseñar, tampoco aprender. ¡La madre ya no confía en el colegio, ¡la avaricia que les hace ganar dinero los va a llevar a la ruina!
¡Y canten alabanzas a la suerte de que a nadie le importe nada, que los actos no tengan consecuencia!
¡Menuda sentada de comensales les organizaba yo frente al despacho del director!