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La vicaría

Por Julio Fajardo Sánchez
miércoles 07 de agosto de 2024, 20:30h

Mañana dicen que viene Puigdemont. Entrará por el arco de Tetuán y allí lo estarán esperando los suyos a las puertas del Parlament. En ese lugar estaba el Museo de Arte Moderno, donde solía ir después de dibujar animales en el Zoo. Veía a Nonell, a Rusiñol, a Casas, a Rafols Casamada, a Fortuny, a Joaquín Mir; los cuadros donados por Luis Plandiura, el abuelo de mi amigo Mariá Castell.

De aquella paz del Modernismo incrustada en el Parque de la Ciudadela se ha pasado hoy al escenario de la investidura de Salvador Illa, un filósofo con pinta de espingarda que se parece a un compañero bastante gris y anodino del Colegio Mayor. Puigdemont llegará a Tetuán protegido por sus votantes. Me imagino que habrán convocado a algunas decenas de miles y a los mosos les será difícil acercarse a él. A nadie le interesa ejecutar la orden del juez Llarena y llevárselo preso. Puigdemont es la cuadratura del círculo en esta legislatura y viene a corroborar que todo no se puede tener, que Cataluña se pacífica a costa de poner de los nervios al resto de España y viceversa.

En el antiguo museo se exponía el famoso cuadro de Fortuny La Vicaría, que es un pastel más pequeño de lo que aparenta en las reproducciones. Allí se representa una ceremonia, una especie de preboda, donde los personajes aguardan relajados en una sacristía de techos altos. Es una pintura muy apropiada para simbolizar los esponsales que son la reproducción del antiguo tripartito, envuelto en el incienso de una catedral con altares repujados. Ese tripartito inventado por Zapatero fue el origen de todo.

Puigdemont vendrá como el antiguo novio despechado al que le toca el turno de intervenir cuando el oficiante pregunte si alguien tiene algo que alegar. Vendrá a chafarle la ceremonia a los novios, a ponerle la cara colorada a la que se desposa y a enervar al novio que se la ha robado. A eso viene, y si de paso lo detienen mejor que mejor porque estará colocando sobre su pellejo el pasar a ser la víctima del escarnio. Lo que para los demás será su derrota para él será el triunfo y la liberación de los compromisos que lo atan a estabilizar lo que otros ya consideran estable. Viene para decir que de eso nada, que él sigue ahí, siendo la clave de bóveda, a pesar de que el pago por sus servicios, la amnistía, no le haya servido para nada.

Volvemos a la historia de Viriato. Roma no paga a traidores, pero la realidad, que a veces se presenta muy tozuda, se encargará de decir que la misa no está dicha, que todo sigue a la espera, como en el cuadro de La Vicaría, y que de él se puede esperar cualquier cosa mientras tenga una bufanda amarilla que echarse al cuello. Los militantes de Ezquerra se mirarán inquietos pensando que se han echado en los brazos de sus compañeros históricos sin haber alcanzado que las arras de su matrimonio vayan a garantizar que se cumpla el compromiso pactado para equilibrar la dote. Nadie está seguro de nada. Ni siquiera Puigdemont debe estar seguro de lo que va a hacer después.

El ministro Marlaska, un personaje que no sé dónde situar en el cuadro, ha dado órdenes al CNI de no meterse en el asunto, con lo cual, si lo saben, no dirán por dónde va a entrar el prófugo. No dirá ja soc aquí, como Tarradellas, ni se pondrá una peluca, igual que Carrillo, vendrá envuelto en una masa de esteladas y lazos como los segadores que tomaron Barcelona unos siglos atrás. Lo que pase después no importa

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