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Crónica de un verano cualquiera

Por Julio Fajardo Sánchez
lunes 22 de julio de 2024, 09:00h

¿Qué diferencia hay entre Trump protegido por Dios que gira la cabeza en el momento en que lo van a matar, y Maduro al que se le posa un pajarito en el hombro encarnando al espíritu de Hugo Chávez? Prácticamente ninguna y, sin embargo, ambas historias son las preferidas por sus seguidores fanatizados. Haciendo abstracción de las bondades o ruindades de cada uno, se trata del relato, la historia que te cuentan para establecer filias y fobias en torno a los personajes políticos. Son las técnicas de la publicidad trasladadas a la ciencia de la gobernabilidad de los países. Como el desodorante que prometía que no te abandonaría a media tarde, pero te hacía fracasar en el primer baile, cuando se acababa su efecto y empezaban a cantar los alerones.

Últimamente me he dado cuenta de que el relato se convierte en un haiku, en algo perecedero que se sustituye al día siguiente por otra historia. No sé si se han dado cuenta de que ya no se habla de Milei ni del reconocimiento de Palestina ni de la copa de Europa ni de la guerra de Ucrania. Ahora se habla de bulos y de cómo eliminarlos, porque todo lo que se publica, dependiendo de quien lo firme, pertenece al mundo de la mentira o al de la verdad más absoluta. Leyendo entre líneas, una parte del planeta se lamenta de que el asesino de Pensilvania haya fallado su disparo. No he visto la palabra magnicidio en casi ningún periódico, y, en el fondo, todos los que lo lamentan lo hacen con la boca pequeña, tanto que más bien parece que por no haber dado en el blanco, en este caso el rubio.

La dimisión de Biden ha sustituido a todas las noticias. Ha sido una dimisión patriótica, bendecida con un sobresaliente cum laudem, aunque se resistiera hasta el último minuto. Se retiró del ring un poco antes del K.O. y arrojó la toalla salvado por la campana. Por haberlo hecho hoy recibe todos los plácemes y reconocimientos de los suyos. El relato lo requiere y no se puede dar la idea de un fracaso. El problema es que todo es por salvar la democracia, esa democracia dividida entre buenos y malos, donde todos, con anterioridad, tienen adjudicado el papel de ángeles o demonios.

Desde que George Lucas empezó a rodar la saga de la Guerra de las Galaxias las cosas son así, y los héroes han pasado a ser R2D2 y C3PO aunque no entiendas lo que dicen, o Chewacca, que habla dando ladridos. Vivo en un mundo de malos y buenos y los malos me consideran tonto, por no ser de los de ellos, y los buenos también.

Hoy vuelve a marcar el termómetro 18 grados. Al menos a esta hora es así. Por qué por qué temblar, si el cielo está sin nubes y azul está la mar. Vivo un verano llevadero entre pequeñas olas de calor discretas. Entonces, para qué quejarme de lo que dicen los relatos. Qué digan lo que quieran. Pasaré el tiempo lo mejor que pueda siguiendo los consejos de Pirandello: “Así es si así os parece”. ¡Qué más me da! Dentro de unos días empiezan las olimpiadas. El tour ha pasado sin pena ni gloria con esto del fútbol. Me prometo un agosto viendo sufrir a los del maratón por las calles de París. Felipe VI interrumpirá sus vacaciones en Mallorca para ir a la inauguración, y yo en casa, fresquito, con el ventilador puesto esperando que venga el santo advenimiento que no llega nunca.

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