Anoche soñé que estaba en Río de Janeiro, una de las ciudades más bonitas del mundo. La selva se precipita sobre el mar, como un gran puño cerrado, y en sus intersticios se van formando playas en el interior de la inmensa bahía de Guanabara, que confundió a los descubridores portugueses con la desembocadura de un gran río en el mes de enero. Flamingo, Botafogo, Leblón, Copacabana, Ipanema, Barra de Tijuca y Sao Conrado. Cada una con su barrio, con su equipo de fútbol y su escuela de samba. No he visto un lugar donde lo urbano se funda con la naturaleza de una forma tan íntima.
Allí y en Bahía se desarrolló una música extraordinaria en los años dorados en que ese arte revolucionó al mundo. Tom Jobim, Joao y Astrud Gilberto, Vinicius de Moraes, Toquinho, Luis Bonfá, Laurindo Almeyda, Chico Boarque, María Creuza, María Betania, Caetano Veloso, Elis Regina, y tantos otros que no me permitirían terminar la lista. De eso no queda más que el recuerdo. Ahora las bachatas, el reggaetón y los raperos invaden las calles, como una avenida de barro y piedras que arrasa con todo lo demás.
La sociedad se organiza según le parece y el producto de la popularización todo lo invade como una pandemia. Algunas tardes selecciono programas de Spotify que me llevan a aquellos años y disfruto con la suavidad de unas escobillas acercándome el ritmo de la bossa nova, con una guitarra de armonías atrevidas, que en su día fueron revolucionarias, y con el grito del norte en el saxo de Stan Getz. Estos días de calor son apropiados para escuchar esta música. Me preparo una limonada bien fría y dejo correr mi imaginación al tiempo en que estuve en Río con mi primo Hansi Henningsen. Estaba recién llegado a la presidencia un tal Fernando Collor de Melo, que se hacía llamar O cazador do marahás. Siempre la reivindicación contra los ricos que la política no ha sabido quitarse de encima.
Vinicius cantaba Porque hoy es sábado y trasladaba la curiosidad hasta la Fusa de Buenos Aires, alternando con las diabluras de Astor Piazzolla con el fuelle. Hoy Adiós Nonino es una pieza obligada en el repertorio clásico del piano. Río tiene el toque de Juscelino Kubitschek, al que ahora consideran un facha, pero que equipó a la ciudad con toda la modernidad de la arquitectura de Niemeyer, y los ingenieros la unieron con túneles que dividen a los barrios entre la samba y el fútbol, pero no pudo acabar con las favelas que se encaraman en los riscos de la miseria y la clandestinidad. Todavía suena un pandero con Orfeo Negro y el recuerdo de Jean Cocteau.
Fui con mi amigo Oswaldo Brito al Archivo Nacional, en la Plaza da República, un edificio de la época imperial, en donde rastreó registros de canarios provenientes de Buenos Aires, cuando en la independencia de Argentina, antes de que se hubiera producido el grito de Yara, huyeron a una administraciones coloniales, más europeas. América es apasionante. Nunca fue un misterio para mí. América está llena de buenos escritores y ahora de buen cine. Cada día descubro una nuevo que me sorprende, como me sorprendía aquella música de los sesenta que ahora echo tanto de menos. Hay mujeres, como Mariana Enríquez, que me recuerda tanto a Lucía Berlin, o la recién leída Leila Guerriero que nos cuenta la aventura de los tupamaros, entre heroica y absurda.
Todo parece tan lejano ya que se ha dejado de hablar de Milei. ¿No se habían dado cuenta? Ahora andan por aquí unas guitarras cuyanas extraordinarias de la mano de mi querido Horacio Héctor Díaz. Allí están en invierno y los que pueden se van a esquiar a Bariloche. Anoche soñé con Río y hoy me doy un salto a Río de la Plata y me despierto con la voz de Vinicius que dice, como una letanía: Hay un hombre rico que se mata; hay un incesto y una regata, y el coro contesta monótono: Porque hoy es sábado.