www.canariasdiario.com

Que baje Dios y lo llueva...

Por Jaume Santacana
miércoles 05 de julio de 2023, 04:00h

¡Que llueva, que llueva, la Virgen de la cueva...!, rezaba la famosa tonadilla en tiempos no tan remotos. Cuando un servidor gozaba de pelo natural sobre el cráneo, la dentadura era inexpugnable y los años no alcanzaban edades grotescas, el pueblo, el vulgo, la plebe, la masa y el populacho en España era mucho más crédulo y el respeto por las leyes derivadas del catolicismo más oficial, apostólico y romano poseía rango de incontestable, de sagrado.

Así, el prisma bajo el que se miraba el mundo estaba teñido de conceptos religiosos que tanto servían para un fregado como para un barrido. Se solía orar para dar gracias por alguna concesión celestial o para solicitar algún favor a la Troica divina así como a la Virgen que estuviera de turno.

En aquellos tiempos de fervor popular existían dos remedios infalibles (uno de ellos relacionado con la religiosidad) para intentar la finalización de una sequía persistente; pertinaz, en la nomenclatura oficial del Régimen que protagonizó Su Excelencia el Generalísimo Franco, un dictador de tomo y lomo y una mala persona, dicho así, a la brava. Uno de ellos, de esos métodos, consistía en tirar cohetes rellenos de yoduro de plata hacia la bóveda celeste con el fin de provocar la siembra de nubarrones y, de este modo, acercarse a la posibilidad de lluvia; yo, personalmente, he presenciado este tipo de actuaciones; doy fe.

Parece ser que este elemento químico (el yoduro de plata) podía favorecer la formación de cumulonimbos (nubes gordas) que precedían a la descarga de agua (y, en ocasiones, también de granizo… cosa que en lugar de ayudar las cosechas, las destruía directamente a pedradas: ¡puto mundo cruel!).

El segundo remedio —menos expeditivo y menos científico pero con mayor poder de convicción divina— consistía en la realización de rogativas: se trataba de sacar a la calle las imágenes de santos o vírgenes (cada pueblo la suya) y pasearlas a hombros, en procesión, por las calles del pueblo o, si se prestaba, por los campos secamente miserables. Dichos actos litúrgicos iban acompañados habitualmente por rezos y cánticos en los que se suplicaba a las altas esferas que dieran luz verde a la posibilidad de riego natural.

No estoy seguro de la funcionalidad y de la eficacia de ambos remedios pero lo cierto es que la gente no dudaba en su práctica. Supongo que, a veces, la cosa era como cuando alguien se tira horas rezando para que una persona no se muera y va y se muere (la persona, no el alguien).

Hoy en día, las costumbres de este tipo se han ido diluyendo en el tiempo y el pueblo se consuela con las estadísticas globales que anuncian el calentamiento —o bien el enfriamiento, eso depende— del planeta y, como consecuencia de este hecho, ya nadie duda (bueno, nadie, nadie, tampoco: ahí está VOX) de que este fenómeno es reversible y, por consiguiente, es necesario actuar. Y sí, se puede actuar. Es la globalización, en su parte menos idiota.

El excelente periodista Fernando Ónega, gallego él como el que más, cree que la meteorología es enemiga de la religión y se formula una pregunta que yo me hago mía: ¿No se hacen rogativas porqué las informaciones meteorológicas que ofrecen las teles las convierten en inútiles…o no llueve porqué no se hacen rogativas”?

Con el bochorno estival que estamos padeciendo —y que crea monstruosas imaginaciones como la de pretender que Trump vuelva a presidir los EEUU (¡Diós: baja y compruébalo tu mismo!)— no está de más realizar ejercicios mentales sobre la base de algunas preguntas; meteorológicas, en este caso que nos ocupa.

Si hay que “sacar” a la Virgen, pues se saca y listos.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios