Andaba un servidor cavilando después de leer un interesantísimo artículo sobre el comportamiento sexual de los monos “shanki”, oriundos de las islas Kapingamaranghi, cuando, a bote pronto, mi vista se cruza con una noticia —otra gran exclusiva de “Mallorcadiario.com”— que me deja turulato y estupefacto y, de paso, me recuerda que todavía no se ha dicho todo sobre la especie humana. Queda, todavía mucho camino para recorrer.
El titular es breve y escueto: “SE CASA CONSIGO MISMA”. Resulta que una joven británica (británica tenía que ser, claro) se ha casado con ella; es decir, con ella misma. Si lo prefieren barnizado con un sello algo más literario e intelectual: se ha “autocasado”; o, rizando el rizo, se ha “automatrimonizado”, así, tal cual Pacual.
Tamaña y descabellada decisión ha contado con el apoyo absoluto de amigos y familiares de la contrayente. Su abuela, fanática de la Reina Victoria, le espetó a bocajarro: “Oh, my God, Grace” —la contrayente se denomina Grace Gelder— “tú siempre pensando en cosas nuevas…”, pero en inglés, naturalmente.
La boda fue oficiada, legalmente, por una persona cuyo enlace matrimonial era el primero que ejercía: un notario vulgar y corriente, de los de a pié. La ceremonia de proposición de matrimonio se la peló la susodicha novia, sola, sentada en un banco de un parque, unos quince días antes, mientras saciaba su hambre con una bolsa de pipas de Turquía. La liturgia y el ritual contó con todos los elementos de una boda clásica aunque su duración se redujo, naturalmente, a la mitad del tiempo habitualmente establecido; claro, el cincuenta por ciento. De nada.
Vamos a ver, señores: o yo, definitivamente me he agilipollado de tal manera que sufro vergüenza de mí mismo... o en el planeta Tierra nacen, crecen y viven más chiripitifláuticos de los que en un principio imaginaba. Creo, humildemente, que hay que estar muy pirado y perturbado (en este caso pirada y perturbada) para realizar un acto de estas características. Esta tía (a mi edad ya paso olímpicamente de eufemismos) no está bien. Como mínimo debe sufrir alguna cierta alteración en el interior de sus sesos; eso en el caso de que, de pequeña, no se le cayera un bote de pintura amarilla en mitad del cerebelo o la hubieran destetado con ginebra.
Grace —lo ha prometido ante notario, quien ha dado fe de sus declaraciones— tendrá que amarse toda la puta vida (Narciso, Narciso…) y se verá obligada a cuidarse —en lo bueno y en lo malo— hasta que la muerte la separe como una ameba. Se comentará, ella misma, las últimas noticias, se explicará como le ha ido en el trabajo, qué películas ha visto y se verá obligada a tirarse los trastos a la cabeza, de vez en cuando, cuando se cabree; más tarde, al cabo de unos días, se hará las paces y el sábado por la noche se tendrá que disculpar por tener dolor de cabeza…; y se lo pasará en grande montándose unos adulterios de órdago con algún amigo de sus amigos o con su propio jefe... o con el lavavajillas, si está muy apurada. Con el tema ese de la procreación ningún problema: ahí está el laboratorio.
Grace ha entrado en el libro Guinness en el apartado de majaretas universales, que no es moco de pavo. ¿Se pondrá de moda un tal dislate?
Claro que si las cosas no le van del todo bien, siempre le quedara, primero, la separación y, luego, un buen divorcio. Y, al tribunal, se le pondrán complicadas las cosas a la hora de decidir quien se queda con los hijos...
¡Papanatas, uníos!